Sólo es posible en la corrobla de los aspavientos.
En la plaza llena, en el remolino de fusca.
Fuerza de mínimos que se apelotonan.
Fuerza de nimios que en el exabrupto, el ruido de la pandereta y el gorigori, medran y desentonan.
Famélica familiaridad de acémilas, de tarascas y manatíes, de repugnantes bichos que ante el atrayente edor del frite se apelotonan.
Somos lo que dan de si nuestros codigos, somos la siniestralidad de nuestros toscos modales.
Hambre sin hambre que tocino hambrea.
Vivos que viven para comer, vivos que comen por comer y no comen lo justo para vivir.
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