La muerte calcina los pequeños pueblos.
Saquea las deshabitadas estancias, las encharca de olvido.
Se vence la pared medianera y la zarza coloniza el prado.
Doblan las campanas con el agónico timbre de los muertos.
Desde mi ventana de vahos cuento entierros.
Mis perros duermen a mi alrededor, rozando mis piernas, sintiendo mis manos.
Yo aun estoy vivo y cuento campanadas en este destierro.
Cuento en mis palabra las alharacas del cretino.
Cuaresma de lutos, de cenizas y baladrones.
El verde majestuoso me distrae por momentos.
El verde engulle voraz las huellas del incendio.
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