lunes, 28 de agosto de 2017
Lejos, muy lejos no habita el olvido
Seres irracionales y muy poco humanos, son con excesiva frecuencia los hombres. Nada ricos en piedades y prontos a la cólera.
Difícil atisbar cultura en una sociedad que se ahoga en las necesidades superfluas, cuando el ser instruido, lo primero que aprende es a mantener a raya la necesidad. Solo uno es libre necesitando poco, con muy pocos apegos y sintiendo en todo, lo provisionales y efímeros que son los estados.
Sucumbe la masa con demasiada frecuencia al teatro insalubre de quien la pastorea, de los creadores de rentables necesidades, de los generadores de filias y fobias.
Perdemos nuestra vida realizando labores ingratas, malvendiendo nuestro tiempo para comprar superficialidad, no es vida vivir esclavizado por las cadenas del consumo, no es vida vivir una existencia trazada, y no por las estrellas, sino por el ansia de un vil mercader.
Rotura la humanidad, marabunta irreflexiva que a su paso todo destruye, lo rotura y lo corrompe con su progresión geométrica, con su marea voraz, de bocas y necesidades inoculadas, con sus desigualdades y zonaciones, con su cortoplacismo y su necedad.
De qué sirve ser preclaro en un mundo de sombras y oscuros intereses, sólo sirve para aislarse en los confines donde el ruido llega atenuado, donde los estertores de la agonía, llegan en la torrencialidad de las primaveras, en los veranos de fuego, en los inviernos de deshielo y en el otoño de la caduca humanidad.
Lejos, muy lejos no habita el olvido, sólo habita el narcótico silencio del que, sabiendo la verdad, se ve forzado a callar.
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