El tiempo, juez inclemente, despiadadamente nos condena.
El tiempo nada guarda, y en su transcurrir belleza dilapida.
Derrochamos los días de frescura como si fueran a volver, y nunca vuelven
Lagrimas de Santos ignotos, que no tenéis vuestras perseidas, rogad por mi.
Son las tallas de los retablos mayores, las más ocupadas, las que más fácilmente olvidad.
No rezo nunca desde la gola de las primeras filas, frente a los chispeantes candeleros.
Son los ángulos de tiniebla mis favoritos, los altares en ruina que nadie acicala.
Tiempo que huyes de la quema, abrasándonos en tu estampida.
Tiempo que salas llagas y que infectas cainitas heridas.
Tiempo sin compás, que con tus afiladas agujas coses tormentas.
Tiempo de Santos preeminentes, que aguerridos nos recuerdan lo duro que es ir vertido de verdad por la vida.
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