Mis coqueteos con la sórdida noche, eran juegos malabares con granadas de mano.
Me empujaba a ello el dolor del hurgar del gusano que roía la manzana fresca de mi corazón.
Cuarteles de opacidad donde se inmolan inocentes todas las noches.
Es complicado dinamitar las esclusas de la férrea educación.
Ser sin desaparecer, ser sin dejar de ser, vivir sin morir el la noche de perenne banda sonora.
Alaridos estridentes para tapar la agonía de los vencidos por los letales placebos.
Salir de toriles sin desafueros y ciegas envestidas era un acto imposible.
Fácil evaporase en los densos fumaderos de la clandestinidad.
Jóvenes solo una vez, una peligrosa vez, donde al fiel se le ve enemigo, y al enemigo se le venera como fiel.
No teníamos grandes talentos, eramos muy jóvenes, vírgenes y jóvenes en el lupanar de las ajadas cortinas.
Creíamos cunado la noche caía comernos el mundo y era el sórdido mundo el que nos daba dentelladas a nosotros.
Dentelladas que para muchos eran mortales en las salas de las ficticias luces del alba.
En las letrinas donde nos violaban sin ni un ápice de delicado amor.
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