La razón no hace negocios, porque no busca la oportunidad, ni con la necesidad comercia, porque es el comercio, el que saca rédito de la plusvalía. Venderse tiene un precio y ese es el precio de la dependencia, cadena de favores, cadena de pagos, red para apresar dinero. Somos engranajes en un sistema que ni persigue lo justo, ni busca hacer justicia.
No es cómodo ser justo, porque el justo en la cadena de negocio no encaja. No encaja y encima chirría, porque recuerda con su insistencia como se construye la demasía, como se acumula fortuna y como se especula con la necesidad para obtener pingües beneficios.
Ser justo no es negocio, no es rentable, diferencia y estigmatiza, y el poder amigo del negocio y de la oportunidad lo tiene en cuenta y fuerza el exilio del raro, del que pide que otra forma de repartir y de aspiraciones sociales son posibles. Las pide el justo sin demagogia porque a nada aspira, porque la razón le impide embaucar y sobre todo porque no busca adornar sus ideas prometiendo dar la vuelta a nada, ni que el miedo cambie de bando, solo busca la justa razón, el reparto justo y sin la malsana especulación.
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