jueves, 21 de noviembre de 2019

Quien recibe a veces no lo entiende


Quien regala bien vende y quien recibe a veces no lo entiende.
Dolores casó de forma modesta, de modo acorde a su mediana posición, se casó con Ángel Vetete, el hijo de La Veteta, una payenca  muy pariora, quince hijos tuvo, de los que le vivieron trece, y Ángel era el último. Casó con él. porque todo sea dicho, eran muy trabajadores y listos los hijos de Modesta, como lo era ella, no así el crápula de su marido, que sólo sabía preñarla. Remigio Ledesma, tenía un pequeño capitalito y cuando murió su madre y heredó, se trajo a la payenca para que le sirviera, y vaya que le sirvió, cinco hijos tuvo ella antes de que se decidiera a casarse, decisión que tomó porque el capitalito menguaba y era ella la que llevaba  las riendas de todo y además no eran pocas las presiones que ejercía don Honesto, el cura de Fuenroya, que consideraba muy indecente toda la situación. Y llegaron diez hijos más, dos muertos, unos mellizos que venían mal colocados y Margarita, la matrona, no pudo salvar.
Ángel Ledesma, trabajó mucho y en muy variadas cosas desde muy pequeñito, como todos en aquella casa, salvo el golfo de Remigio. Fue monaguillo, por la pequeña propina del domingo, pero monaguillo de ayudar a Don Honesto todos los días, sacrificio que el compensaba a su madre tambien, pues siempre la vio como una feligresa abnegada y buena. Trabajo haciendo recados en el colmado de Zapatones, estuvo llevándole las cuentas a varios ricos del pueblo, y eso lo hacía desde bien chico, porque la verdad es que listo era un rato largo. Y por último cuando debería haber hecho la mili, de la que se libró porque tenía una cojera debida a la polio, recaló en la fábrica de harina, donde se quedó como contable.
Dolores siempre se había fijado en él , no era un muchacho al uso, era calladito y diligente, no era fanfarrón, no tenía ninguno de los vicios de su padre y salvo la cojera que le forzaba a llevar bastón, era un muchacho bien plantado, de hecho el bastón le daba un aire elegante, que Dolores, siempre supo apreciar.
El caso es que casaron, con el beneplácito de la madre, porque Remigio, ya había muerto por entonces. Les casó Don Honesto, un sábado por la tarde, ella vestida de negro, con el velo de ir a misa, de su madre, que era de un encaje muy fino, y él con un traje gris que tenía para los domingos, un traje que había comprado cuando le contrataron en la fábrica. No fue mucha gente a la boda, los hermanos de Ángel que estaban fuera no vinieron, su madre fue su madrina y a Dolores la llevó al altar su hermano. El convite fue en el patio de la casa de los Ledesma, debajo de la higuera y el limonero, unos dulces y una viandas que pagó el hermano de Dolores. Aquella noche la pasaron en la que sería su casa, la casa de Dolores, la casa de sus padres, que desde que murieron por ser la soltera era suya, su hermano no vivía en el pueblo y no le importó que la soltera se la quedará, dicho sea de paso, Serafín, no veía con malos ojos esta boda, Ángel era muy tranquilo y presumía el temperamento del muchacho, que no le iba a dar mala vida a su hermana.
La casa de Dolores era más modesta, más pequeña, pero estaba en la plaza, lo peor eran las tres plantas y que Ángel tendría que subir y bajar muchas escaleras.
Tres meses llevaban casados cuando comenzó se proclamó la República, tres meses y doce días cuando los disturbios llegaron al pueblo, tres meses y doce días lo que a Dolores le duró la dicha.
Nunca lo pudo entender, nunca le entró en la cabeza, que los que jugaron con él, que los golfos a los que él ayudaba a hacer los deberes, que los amigos con los que compartía los caramelos que le daban de propina en el colmado, le segaran la vida, que se la segaran por trabajar para un rico, para Don Urbano Bonilla, el dueño de la fábrica de harina, por haber sido monaguillo de Don Honesto, por tener fe e ir a misa, nunca pudo entender aquel odio cainita contra alguien que nada malo hizo, salvo trabajar. quererla a ella y a su madre e ir los domingos a misa.
En el huerto del convento lo colgaron, y a su lado colgaron tambien a Don Honesto y al hijo grande de los Bonilla. Fueron los Bonilla los que los descolgaron a los tres y los llevaron a la casa parroquial para limpiarles los salivazos, para adecentarlos y amortajarlos. No la dejaron verlo, no querían que viera Dolores, la mueca de sufrimiento de su Ángel. Le pusieron el traje gris de su boda y cerraron la tapa, e idéntico proceder tuvieron con los otros,  y a los tres los velaron en grande la sala de la casa del cura, y sin misa, los enterraron por la mañana.
Esta tragedia, unió inexorablemente a la viuda de Ángel Ledesma y a la madre de Jesús Bonilla, aunque sumidas en el dolor, se apoyaron y animaron en ese primer y terrorífico año de luto. Don Urbano, no escatimo nada hacia la viuda, sintiendo que compensaba, paliando su dolor, su propia pérdida. Le asignó una renta holgada para que nada necesitara y viviera sin estrecheces y a partir de ese momento fue habitual ver a las dos señoras haciéndose compañía y acudiendo a misa juntas.
Fue muy reconfortante para Dolores, sentir a los Bonilla a su lado, sobre todo porque a la muerte de Ángel, le siguió conocer que ella estaba en cinta, y que por la locura del dolor a los cinco meses se frustró su embarazo, algo que en cuestión de desgracias, no paró ahí, pues quince días más tarde del aborto, mientras la atendía en casa, un infarto fulminante acabó con la payenca, con Modesta Veteta, y fue entonces cuando quedo totalmente sola, porque ninguno de los Ledesma vivía ya en el pueblo, y su hermano estaba claro que ya nunca iba a volver. Estas nuevas tragedias afianzaron aun más el vinculo con los harineros, con los pudientes de la villa.
En las tardes de rosario y pastas en la casa del barrio alto de los Bonilla, se empezó a gestar el cobro de la afrenta, como hacer pagar a los malhechores, a esos que se los encontraban por la calle y que ni habían pedido perdón, ni agachaban la cabeza. Ahora que se había recobrado la calma tras el alzamiento, era el momento de planear la venganza.
No debía saberlo nadie, todo debía estar hecho con mucho sigilo, con calma y sin dejar rastro para que aunque creyeran saber, nunca pudieran probar nada.
Don Urbano, Doña Águeda, Dolores y Virgilio, el pequeño de los Bonilla, planearon cobrarse sin despertar sospechas el ultraje a Ángel, a Don honesto y a Jesús.
Aquellas reuniones eran vistas con naturalidad, por lo que no despertaban recelos, y había pasado más de un año desde la tragedia, con lo cual todos los baladrones estaban confiados y ni pensaban que dos viejos y una viuda les pudieran cobrar la cuenta.
Estaba casi todo pergeñado y se aproximaba la fecha. Todos los asesinos eran del pueblos, amigos de Ángel y amigos y quintos de Jesús, eran del circulo del ateo de Lino, del instigador anarquista, de las familias envidiosas, hijos de obreros resentidos.
Mil veces habían desfilado por sus sueños, las caras de los trece ruines, de los trece que ahorcaron  y torturaron por los mismos celos que sintió Caín, a los dos muchachos que estaban empezando a vivir.
No era muy cristiano lo que iba a hacer, pero la justicia divina no es la de los hombres y ellos los dolientes Bonilla y la viuda de Ledesma, no podían esperar a ver el cobro en el más allá, querían hacer justicia ahora.
Ellos sabían muy bien los hábitos de Lino, sabían de su fanfarronería y era fácil con esos espartos trenzar la soga que los ahogaria.
Del primero al último de los trece , eran unos mediocres, eran unos crecidos con los aires revolucionarios, que pensaron que se iba a dar la vuelta la tortilla y ellos pasarán a estar arriba. Y estaban la verdad sea dicha, en el mismo sitio, seguían hambreando fortuna y seguían siendo unos pobres de solemnidad. Lo que sí habían conseguido es un mal nombre, y que determinados terratenientes y comerciantes de la comarca, a petición de Don Urbano, no les dieran trabajo ni a ellos, ni a sus familias, y eso hacía que estuvieran caninos, sin blanca en los bolsillos y mendigando una ronda, un vulgar chato de vino.
Se aproximaban las fiestas de San Lino de Volterra, que eran las fiestas del pueblo, el 23 de septiembre empezaban, dos días, con sus procesiones y verbenas.
Los fanfarrones que mataron a Don Honesto, ahora sí iban a la Iglesia, iban sólo esos días, porque si sacaban al Santo los convidaban y pasaban gratis las fiestas. Además era el Santo del Judas de Lino, de Lino el anarquista, el comunista que había podrido el seso a los trece tontos, que segaron la vida de tres inocentes.
En San lino el chico, como se llamaba al segundo día de fiesta, quedaban los de casa, la procesión era menos concurrida y en los jolgorios y convites estaban los que estaban y sobre todo estarían los que al plan interesaban.
Estos días en los que empieza el otoño, son días revueltos, lo mismo hace sol que llueve, pero no llovió, y el sol hizo que los trece y su líder salieran a buscar diversión a florearse en la plaza, a cargar con el patrón y a disfrutar de las dádivas del mayordomo de ese día.
Los Bonilla y la viuda, se ausentaron como en las anteriores fiestas, unos días antes se marcharon a una dehesa que tenían en Ciudad Grande, a La Tortosilla, lejos nadie los podía relacionar con nada, si alguien pensaba relacionarlos.
 Esa mañana en la sacristía el nuevo cura, el que sustituyó a Don Honesto, les dijo a los zagalones del Lino, aqui teneis lo que me ha mandado por correo el mayordomo de este dia, cuando termine la procesión os lo lleváis, tres arrobas de vino bueno, un jamón y tres quesos. Así que ya podéis sacar el Santo bien.
Todos sonrieron y preguntaron a coro:
- Y ¿Quién es el generoso?
A lo que contestó el curita:
- Es un devoto, que vive en la capital, me lo ha comunicado por carta hace un mes, que quería ser el mayordomo de San Lino el chico. Que era una promesa, por una gracia concedida. Y anteayer me llegaron los bultos que veis aquí, y el dinero para pagar la misa y todo, que ya lo he puesto yo a buen recaudo.
Miro al cielo, o más bien al techo de la sacristía y añadió:
- Menos mal que aun queda gente buena.
Los trece, salieron de la sacristía, diciéndole a Judas:
- Hoy sí que vamos a celebrar bien tu Santo, no como ayer, que con dos chatos y una lasca de queso nos despacho Saturio el portugués.
El primero en sentir malestares fue el cura, contra todo pronóstico, porque nada de lo enviado por el mayordomo era para él. Pero la avaricia rompe el saco y el curita, se quedó una arroba de vino, seis chorizos y un queso. Y esa avaricia poco cristiana, se la jugó.
El joven Anselmo, se llevó a casa su perdición. A los dos días de haber empezado a tomarse una que otra copita de vino, o a comer el queso y las viandas, comenzó a notar dolores abdominales, revoltura, dolor de cabeza, y así hasta ir empeorando cada vez más. Él fue el primero porque, él disfruto del botin el día antes de San Lino el grande, el 22 de septiembre, con lo cual su malestar se mostró el 25, y de ahí a su triste obito mediaron cinco días.
Los fanfarrones, fueron cayendo igual, uno tras otro, se fueron cagando vivos y poniéndose amarillos fueron echando la bilis, sin que ni el médico, ni el boticario tuvieran claro a qué se debía el malestar de todos ellos, salvo que se juergueaban juntos y eso algo tendría que ver.
- En quince días todos estan muertos.
Dijo el boticario, dando a entender que nada se podía hacer.
El cura, fue un daño colateral, que incluso vino bien, porque eliminaba la posibilidad de rastrear el origen del mayordomo y hacía imposible que pudiera declarar nada, pues había estirado la pata como los demás. Hubo muchos rumores en el pueblo, se investigó y  se supo que eran los vinos, el jamón, los chorizos y los quesos y que no podía ser casualidad que todos los muertos fueran anarquistas, y que el Lino estuviera entre ellos, pero no se pudo dar con el mayordomo misterioso, que mandó las viandas de la capital.

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