lunes, 16 de diciembre de 2019
Amalia Raposo Durán, la Espiritista
Los muertos son invisibles, pero no son ausentes.
Amalia, jamás estuvo sola, siempre presumió de estar en muy buena compañía, siempre tuvo ese don, el hablar con los muertos, con los que se habían desencarnado, como le gustaba a ella, llamarlos.
No era fácil hablar con los muertos, pero menos fácil era decirlo y exponerse como se exponía Amalia, a que la tomaran por loca.
Desde pequeña tuvo ese poder, aprendió a cocinar y a coser de su abuela que había muerto tres años antes de que ella naciera. De hecho como oficio tuvo hasta su muerte ser costurera, y lo hacía bien porque trabajo no le faltaba y en su taller, siempre tuvo al menos dos ayudantes. Arreglos de costura desde chica le encargaban, claro que siempre las que iban a su casa terminaban hablando con algún muerto a través de la güija o a través de tiradas de cartas. Era muy conocida y demandada en la comarca, y venían de lejos para consultarle mandas, asuntos pendientes, temas que el muerto se fue sin zanjar.
Amalia Raposo Durán, la Espiritista, como la llamaban en Merlo. Amalia, nació en Pueblo Escondido, al pie de Cerro Áspero, su padre era minero, se dedicaba al tungsteno, en un poblado que ya se abandonó, más tarde pasó a vivir a Merlo, a la casa de su abuela con la que ella solía platicar desde chiquita, a pesar de que su abuela estaba muerta. Fue en esa casa donde montó con el correr del tiempo su taller de costura y su despacho espiritista.
Salud y Teodoro eran los ayudantes que tenía Amalia en el taller de costura. Eran muy desenvueltos y lo que se dice, muy bien mandados, lo hacían ellos todo, porque la verdad sea dicha es que la Espiritista no daba a basto para atender tanta comunicación con el más allá. Claro que al son de comunicarse con los muertos, los encargos de costura nunca dejaban de llover.
Toda la vida llevaba Salud con ella, desde muy niña entró a su servicio, creció con ella y se casó con la mediación de su madre difunta, que desde ultratumba le dijo con quién se debería casar, y la verdad es que le iba bien, había acertado la güija con el casamiento de Salud. Ernesto era un hombre bueno, correcto, trabajador, no era muy brioso, pero cumplía en casa y fuera de casa y sobre todo, se dejaba aconsejar por su mujer. Tres niños tenían ya, y un cuarto en camino. Ernesto era telegrafista, era un buen partido, no era ni minero, ni destripaterrones, trabajos duros, que te terminaban dejando viuda y cargada de churumbeles. Pero Salud, a pesar de que la vida la había tratado bien, tenía desafueros que Ernesto no le aplacaba, y esos desafueros los conocía bien su madre, que no dejaba de cizañear a través de la Güija a Amalia, para que se lo hiciera ver, para que la metiera en vereda, porque si no era así, su niña Salucita, iba a terminar muy mal. Y era cierto lo que predecía Prudencia, porque Salud, terminó peor que mal, termino hablando con Amalia a través de la güija como su madre, terminó descalabrada por su marido, el poco brioso, porque la pilló encamada con Máximo Pelete, y la despeño a ella y a la criatura que esperaba, porque la tiró por el balcón. Y las tres criaturas no terminaron en el hospicio porque fue Amalia, la que se hizo cargo de ellas, haciendo usos de sus influencias con el Gobernador, porque Ernesto término en la cárcel por aquel crimen pasional y desde allí no podía mantener a sus tres hijos.
con la muerte de Salud, que pasó a trabajar en el despacho espiritista, tras partir al otro mundo, tuvo que contratar a Basilia Molete, que era dócil y panfila a partes iguales, pero no levantaba la cabeza de la tarea, y teniendo a Teodoro que manejaba bien el oficio, Amelia, podía seguir hablando con los espíritus con tranquilidad.
Teodorito, como lo llamaban en Merlo, era dicharachero y colorista, era hacendoso y un buen chaval, terriblemente afectado y de porte muy lánguido. Todo esto estaba muy bien, si no fuera porque era también muy promiscuo, era lo que se suele llamar, una zorra inquieta. Y esos devaneos con los de arriba y los de abajo, con casados y con solteros, le terminaron por pasar la pertinente factura.
Un siete de octubre, día de fiesta en Merlo, fiestas patronales de Nuestra Señora del Rosario, en los bailes de altas horas, Teodorito se vio envuelto en una refriega, causada por él.
En las publicaciones del Departamento de Higiene y en los Archivos de psiquiatría se podía leer: "Que el invertido, era un sujeto que adoptaba el rol opuesto, es decir que practicaba una sexualidad contra natura: mujeres masculinas y hombres femeninos. Sujetos que encontraban la realización de su deseo en el mismo sexo, sujetos muchas veces amanerados hasta la comicidad."
Ser sarasa, era tolerado en los tugurios marginales, estaba más extendido de lo que se pudiera uno imaginar, pero lo que no estaba tan bien visto y sí estaba muy perseguido, era el exceso de notoriedad. Y Teodorito, aquella noche se hizo notar. el altercado que se montó por su culpa, en el Cabaret de La Azucarera, una trifulca que dado su fin trágico tuvo su eco en los diarios, en la crónica morbosa. De todos era muy conocida la perversión de estos lupanares, de estos reductos del vicio, prostíbulos necesarios en las grandes ciudades, pues satisfacían una demanda muy extendida entre las clases bajas y las muy altas. En La Azucarera, eran habituales en sus fiestas las actuaciones de travestidos, las putas exóticas, y una amplia concurrencia de fornidos patanes que se ganaban unos cuartos haciendo gozar a acaudalados de la Villa y alrededores. Un habitual era El Marquesito, que era como llamaban al Hidalgo hijo del Marqués de Cerro Áspero. Era habitual él y su estela de moscardones y de viriles mancebos, con los que se encerraba en los cuartos altos para dar rienda suelta a su degeneración y a sus vicios. entre los viriles sementales, estaba Alejandrito Palacios, del que estaba prendado Teodoro, La Modistilla, como le llamaban por allí, cuando vio entrar en La Azucarera, a Alejandro como corte de El Marquesito, no lo podía creer. Además el muchacho, ni lo miro, dejándole claro que hoy no estaba para él, que estaba centrado en asuntos mayores, centrado en la manirrota de Calixto Trasserra de Guerrero, el futuro Marqués de Cerro Áspero. Todo esto exaperó sobremanera a La Modistilla, habituada como estaba a tener él, también su corte de aduladores y moscones, y a no ser rechazado por nadie. Esa noche bebió y bebió alcohol y quina, probó su propia medicina sus desplantes y desdenes. Teodorito, se fue encendiendo hasta que se presentó ya caliente y desinhibido en el cuarto alto donde fornicaba la corte de Calixto y allí la lió.
La Azucarera, era propiedad de Manolito Verdejo, una marica muy lista, que supo ver el negocio de este fornicio y con la ayuda del Conde de Torrebermeja, se hizo con una manzana en el centro de la villa, y allí montó su cabaret, al que no era nada fácil acceder, porque en la calle no tenía ninguna señal y atravesando el portón de la casona, había siempre que llamar a una cancela de hierro cerrada y si no te consideraban adecuado no te dejaban entrar. La Azucarera, tenía además una puerta trasera mucho más discreta, que sólo se abría para gente importante, que podían entrar incluso con sus carruajes al patio central del caserón, y esa era la puerta por la que solía entrar Calixto, una puerta discreta y elitista para el Trasserra.
Manolito Verdejo o Manolita La Azucarera, como la llamaban en la noche, era un proxeneta y un alcahuete, al que recurrían, para conseguir género de todo tipo, las clases altas de la Villa de Merlo y partido. Le llamaban La Azucarera, porque en sus tiempos, a sus clientes les hacía las mamadas enharinándoles en el capullo un poco de polvo blanco, de cocaína, que entre chanzas, él, solía llamar azúcar, mientras se carcajeaba con su enorme boca de níveos dientes.
.- A mi me gusta comerlas con azucar, asi las corridas son más dulces, son más ricas, son mejores.
Y lo eran, porque él se hizo rico así y de ahí surgió el imperio de Manolito La Azucarera.
Teodorito, en cuanto entró en los cuartos altos, divisó a su Alejando Palacios cabalgando a Calixto, y de forma airada, haciendo aspavientos los desengancho, mientras estrellaba una botella de champagne contra el sobre de un velador de mármol blanco macael, y blandiendo en la diestra la botella rota, se lanzó a por El Marquesito y le rajó la cara, que aturdido, perplejo y sangrando, no daba crédito a lo que le estaba ocurriendo. Nada más hacer esta locura, La Modistilla, salió corriendo y no paró hasta llegar y encerrarse en su casa.
Destrozar la cara a un Marqués, no le iba a salir gratis a Teodorito y menos aún con tantos testigos, al amanecer del día siguiente a la fiesta del Rosario, lo prendieron y terminó en la cárcel, de la que dado el poder del padre de Calixto, era seguro que iba a salir de ella con los pies por delante. Amalia, perdía de nuevo otro de sus ayudantes, ahora le urgía encontrar a alguien de confianza que controlara a la trabajadora pero pánfila, de Basilia.
Tres días más tarde de ser la comidilla de Merlo, porque indirectamente se hablaba del taller de costura y de los espíritus de Amalia, llegó Salvadora, una mujer de San Antonio de Padua, hacendosa y bien hecha, llegó para una consulta a la vidente y se quedó como costurera. Amalia que la vio noble y que había hablado con su padre sobre un tema de tierras, en San Antonio, tierras que se habían quedado los hermanos de Salvadora, desheredándola con unas últimas voluntades ológrafas, que el padre de Salvadora, Pascasio le había dicho a la vidente que eran falsas. Salvadora ya lo imaginaba, estaba más tranquila, pero no tenía dinero para pleitear, con lo cual sabía que sus hermanos que la habían engañado, pero seguiría sin heredar nada del legado de su familia.
La tranquilidad regresó con Salvadora, pero el runrún de Teodorito siguió mucho más tiempo, y aunque las visitas con fines espiritistas crecieron, tambien creció la suspicacia de Don Faustino, el cura de la Iglesia de María Auxiliadora, que siempre fue el más beligerante con la espiritista. Habia tambien que añadir, que aunque la Raposo, no era culpable de las acciones de su modistilla, la Marquesa de Cerro Áspero, la había colocado en el disparadero y se había propuesto vengar la afrenta a su hijo, que quedó marcado para los restos, porque los cortes le desfiguraron toda la cara, a través del taller de costura y superchería donde trabajaba Teodorito, La Modistilla.
Don Faustino movió todos los hilos que tenía a su alcance, y a pesar de que los agarres de Amelia con el poder eran grandes, las habladurías sobre satanismo y misas negras que desde el púlpito empezó a propagar el cura, haciendo a Amelia responsable de la posesión diabólica de Teodoro, de su vida licenciosa e invertida, fueron creciendo hasta el punto de que por miedo nadie se atrevía a defender a la pobre médium, que tantos favores había hecho a la gente de la comarca. Y tras una sesión de güija con su abuela y con la desgraciada de Salud, en la que las dos coincidieron en advertirla de que hiciera el petate y se fuera. muy a su pesar y con gran dolor cerró la casa de su abuela y con ella, el taller y se marchó con los ahorros que tenia, que no eran pocos, a Buenos Aires, y se llevó con ella a Salvadora, que no tenía con San Antonio, ni con Merlo ya ninguna atadura, después de cómo la habían echado de su casa y desheredado sus hermanos. Las dos mujeres, no tardaron, en San Telmo, en abrir un negocio similar al de Merlo. Claro que en ese barrio bonaerense, los hermanos bethlemitas también las pusieron en el disparadero, sobre todo Pedro de San José O. F. B.
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