Que maravilloso es tener un harén tan diligente, de esclavas tan bellas y solicitas, de putas tan elegantes y complacientes, que alivian todas mis fobias y mis filias.
Porque las palabras con su solvencia y su marcialidad, no sólo dan placer, sino que evitan y alivian el dolor. Ya sea con la lengua o con la pluma, me liberan de la cárcel de estos días, y de la cárcel de los modales convenientes, pues con sus dobles filos y vertientes, me permiten bordear lo más vil y lo más sublime, el acantilado del vértigo de lo proscrito y amoral.
Mis palabras, tus palabras, son ángeles malcriados, que sirven al cielo y al infierno, a dos señores antagónicos y rivales, a los que elevan y hunden a su antojo.
Palabras que desnudan y descarnan, y que seguirán vibrando en el aire, cuando nuestro cuerpo y mortaja, sean pastos de las alimañas en el oscuro pudridero.
Gusto de profanar palabras, en este mundo de precintos y etiquetas, de batallar con los gemidos, los hipocorísticos y las blasfemias.
Palabras, sin sexo como los ángeles, que vuelan y caen como tóxicas mariposas de colores, en ese caleidoscopio tuyo, que ya también es mío.
Así da gusto ser víctima de un Ángel. Gracias por permanecer entre mis líneas de aire y por hacerme los crepúsculos mucho menos inefables con tu condición humana e inhumana, pues ambas, me conmueven.
ResponderEliminarEs el aire el que más conmueve, porque en las pausas es donde se desahoga el alma y aspira la inefable condición de las líneas mortales. No hay víctimas en los derroteros de las partidas, porque el gusto es compartido, como compartida es la transparente sangre.
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