por el cauce
de las frases sencillas,
por el macilento hedor
de la conmiseración.
Es tan sublimemente patética
la estrategia del torpe,
su falta de destreza
para urdir
con delicadeza
las trampas
que nos harán alcanzar
la gloria.
En los ríos infectos de caimanes
sólo muere la sedienta gacela.
No tengo sed de gloria
y no pretendo cruzar
infectos estanques
sin transparencia.
No temo la ira de Dios,
temo la necedad
del envidioso hombre.
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