Duele más el insulto con clase, que la sarta de improperios de los malos modales.
No duele tanto el exabrupto, como las palabras elevadas cargadas de azúcar con hiel.
Ofende más el latinajo, que fuerza a coger diccionario, que la palabra hedionda que rueda por el feudo vulgar de todas las bocas.
Duele y duele releer lo escrito, para pillar la misiva y esputar diatribas arrastradas de fango.
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