Hay seres endiabladamente egoístas, que endiabladamente amargan las existencias contiguas.
Seres de plomo cuyo abrazo te impide volar.
Seres de enredo cuyo abrazo de zarza te hiere y te hace sufrir y llorar.
Seres nocivos y contaminantes que enrarecen el aire con sus exigencias.
Fieras que graznan y reclaman para si, inmerecidas porciones, que dedican al derroche.
Zainos silenciados en la ofrenda indebida, en la concesión constante.
Sátrapas de cortes de mancos, de tullidos del alma, de mamporreros.
Sátrapas de cortes de cacatúas viejas y lustrosas, avejentadas en los arreglos y aturdidoramente coloristas.
Cortes de nucientes que no dudan en robar los bocados que saciarán el hambre al honrado, para meterselos debajo de las barbas al anulador vicioso, que es el tuerto del sátrapa.
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