Vivimos vidas contiguas, paralelas, que se solapan, aunque solo sea en el escuchar el ruido que hace el placer en la vida del otro.
Derribamos unos muros para levantar otros, olvidando que hasta los más anchos muros tienen su permeabilidad.
Escuchamos las agonías, las risas, los despertares y los pasos del vecino.
Sentimos en el aire el olor de la tristeza.
Sentimos en la distancia, a pesar de la mar océana, la suavidad de una piel que solo vemos en el mundo virtual.
No existe la estanqueidad aunque nos aislemos del ruido del dolor y del ajeno placer, en un oasis de mismidad.
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