domingo, 11 de junio de 2017
Berenice Mur
Berenice siempre tuvo una mirada triste, su azul cenagoso transmitía un olor a quejumbroso mar.
Te miraba con la vacía frialdad de un besugo que reposa entre escarcha y hielo, regio manjar que espera ser devorado por la gula lujuriosa de algún rico.
Berenice era belleza distante, horizonte de ocaso, primogénita hija de primogénitos, de un linaje de fortuna muy deslavazada ya.
El rancio empaque no es nunca fruto de la casualidad, es fruto de la concatenación, de una alambicada suma de envidias y generaciones atípicas,distantes y envidiadas, fruto de una muy calculada causalidad. En los pequeños cosmos, como era el caso de San Carlos, el abolengo pesaba más que la fortuna, es el empaque que dan las desgracias, atmósfera de aislamiento, pues no habia iguales, con los que dejar de sentirse superiores.
Berenice era una fina tacita de exquisita porcelana, frágil, codiciada y descabalada.
Y el nuevo rico, buscaba eso para su gabinete de curiosidades, rarezas inalcanzables para quien no realiza la última puja, la puja que dictamina el remate.
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