sábado, 2 de septiembre de 2017

Las Suertes Malditas


A la muerte de Don Álvaro, el patrimonio de los Utiel se reducía a Las Suertes Malditas, una finca de 277 hectáreas en el paraje de los eriales, una finca que debía su nombre a una oquedad volcánica en la que en tiempos de los indígenas se realizaban hecatombes y más recientemente rituales satánicos y aquelarres. Estos últimos no eran consentidos por los Marqueses de Zarcero, pero clandestinamente se congregaban para conjurar a Belcebú en aquella amplia cámara volcánica inundada por los vapores de azufre que emanaba el averno. La sala maldita ya había sido objeto de estudio y excavación por parte del abuelo de Piluca y para dar fe de esas campañas, las vitrinas de caoba, atestadas de cráneos trepanados, que había en la galería de los indígenas del Museo de Historia de Arrianápolis.

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