El sueño eterno, con demasiada frecuencia, es muy injusto. Discretamente se durmió, en un recodo de un camino, fatigado de buscar, de mendigar su sitio.
Su padre era notario, un descalabrado rico de pueblo, desoficiado y haragán, un borracho. Él también cursó estudios, y como no encontraba acomodo, salió a los caminos a buscar lugar.
Los ricos de pueblo, son pobres de ciudad, y eso era él, un loco, que probó fortuna dando clases en los cortijos, a los hijos del señorito y a los de los aparceros, clases para comer, para mal vivir y beber, porque para mitigar la incomprensión, uno al final siempre bebe, uno se termina juntando en las tabernas con los iguales, para con el calor de la charla ahuyentar el frío de la soledad.
Leoncio Massú, recorrió muchos pueblo y fincas, hasta hacer enorme el agujero de su alma, hasta terminar alcoholizado y lleno de piojos, durmiendo en los caminos. En Cáceres lo encontraron la última vez y lo llevaron al manicomio, lo lavaron y adecentaron, y su madre mandó dinero para que le compraran un traje. Tres días estuvo allí antes de escapar, antes de su última escapada, para dormirse en una de las curvas de los meandros del Tajo. Había decidido volver, ser como el hijo pródigo, que vuelve a la casa del padre, pero no llegó, vestido de domingo, con su traje nuevo, le pilló el sueño eterno, y se lo llevó, con apenas treinta años.
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