Nunca me comporte bien con ella, tampoco era su talante el
de exigir, ni se quejaba, ni pedía. Me sorprendió aquella cena, pero no puse
ninguna objeción.
Pensé que sería alguna fecha, que como era habitual yo había
olvidado y tampoco pregunte. A las sorpresas agradables no se le ponen pegas. Converse
con ella como siempre, respondiendo a sus rutinarias preguntas que nada me comprometían
y que solo servían para romper el silencio de no conversar. En todo el tiempo
de formal matrimonio, en la mesa nunca estuvieron presentes ni la radio, ni la
televisión, no sé si a día de hoy esto fue bueno para nuestro matrimonio, pero
simplemente llego así y así siguió. Era rutinario todo en casa e incluso lo que
se incorporaba para romper la rutina, terminaba siendo una rutina más.
Sara llegó así, como distracción, como motivo de
preocupación, como una rutina más para romper el hielo del a veces insufrible silencio.
Y término siendo el gozne de los días, marcando las salidas, las entradas, los
paseos y el ritmo de sus comidas marco el de las nuestras. Sara tenía querencia
por ella y yo como siempre no hice nada, lo deje como todo estar.
Como ya habréis adivinado
el destino no nos dio hijos, ni los impedimos, ni los buscamos, fue así, desgraciadamente
pienso hoy.
Nada me pedía, nada le di y
abone con mi indiferencia el terreno de lo que más tarde ocurrió.
Volvamos a la cena, había cocinado algo muy sencillo que a
ella le encantaba y que yo le hice creer que a mí también, además había abierto
una botella de vino bastante caro, nada habitual en ella. La presentación también
estaba muy cuidada; un mantel de su madre, la vajilla de nuestra boda, las
copas de la diezmada cristalería de su abuela y los cubiertos de plata de mi
madre que ella nunca había puesto en nuestra mesa.
Comimos en un silencio formalmente roto hasta que llego el
café, que fue donde rompiendo el protocolo me reprocho una cosa pero con un
tono muy neutro, tanto que casi no le di importancia en ese momento, pero hoy sé
que ese reproche sería muy importante para ella y para mí.
Ese reproche era el
punto de inflexión de todo. Era el punto que me hizo ver que yo no conocía nada
a mi mujer.
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