Crecíamos en los juegos sencillos, con pocos juguetes.
En un mundo cercano de nidos de gorrión y carreras en la
plaza.
Nos entreteníamos con castañas y nueces.
Enterrábamos tesoros en el pinar, cristales rotos de colores
y las primeras palabras de amor.
Buscábamos las sombras para experimentar el miedo y nos
acercábamos cautos al sombrío cementerio.
Infancia de pocos recursos y meriendas de pan, chocolate y
una naranja.
Se aprendía escuchando, en la mesa camilla y entre rosarios.
Éramos niños de mucha imaginación, en un mundo de pueblo.
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