Nada era casual, todo estaba muy estudiado y en orden. Sobre
la camilla donde solía pensar, había un diario abierto en la página del tres de
agosto, el diario era del ochenta y tres.
En tinta de bolígrafo azul se leí:
“No ha sido un día importante hasta las siete, a esa hora he conocido a la
que me he propuesto que sea mi amor.”
Si hojeabas más el diario te dabas cuenta que a partir de
ese día no había vuelto a escribir.
Si fueron años sin vocación o con una vocación distinta.
No había nada cerrado, todo estaba abierto, desde la sala se
veían los pies de la cama y a sus pies su perro, el perro que ella le regalo.
No había vuelto a escribir pero diseño su partida como una
de sus obras de teatro, esas que escribía antes de conocerla a ella.
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