miércoles, 16 de noviembre de 2016
Nos pierden los trinos
Las palabras son pájaros que nos estafan.
Cantos de sirénidos, berra de manatíes.
Borbotones de adecuados argumentos.
Las palabras nos estafan.
Nos pierden los trinos.
La miel de los labios, que sacia nuestra sed de adulación.
martes, 15 de noviembre de 2016
Enjambre de pesares
Me muevo por la ciudad con sigilo suicida.
Buscando el incendiario catalizados.
Soy encopetado enjambre de pesares.
Con el corazón encogido.
Con las palmas abiertas.
Buscando el verdugo que me quiera crucificar.
Tierra sin nombre, nicho vacante.
Éxito no es saber
"El éxito es un factor extrínseco de vertiente intrínseca. El saber en algo intrínseco que repercute en la percepción extrínseca. Nada tienen que ver, aunque pueden caminar de la mano."
Yoransel de Omatog
lunes, 14 de noviembre de 2016
Agua y fuego
Los alarmantes estados.
Los estados alarmantes.
Las calenturas pasajeras.
Las lluvias eternas.
Somos pendulares.
Somos híbridos.
Agua y fuego.
Afrontar sin cuentos
Cuando uno se ofende tanto, es porque las palabras tienen su eco.
Estanque perturbado por la turbadora verdad.
La verdad atenta contra la calma, contra el entente de los trasiegos.
Trasvases mundanos que cierran bocas.
Aventar cifras genera tormenta.
Es un tormento poner cifra a los robos.
Es duro afrontar sin cuentos, la verdad de unas cuentas.
Puentes
Son muchos los secretos que guardan los puentes.
Sus piedras saben de incomunicadas orillas.
Sus ojos han visto pasar ya muchas aguas.
Muchas corrientes revueltas, mucha torrencialidad.
Puentes para cambiar de vida.
Puentes para precipitarse al olvido.
Sobre las fronteras naturales se alzan los puentes.
Los puentes se alzan para dejar de estar aislados.
Para dejar de vivir ensimismados en nuestra ignorante orilla.
Las bridas que nos dominan
Sin presión todo se desparrama.
Sin fuerza para contener, todo se derrama.
Somos lo que nos retiene.
Somos lo que nos contiene.
Somos el bocado y las bridas que nos dominan.
No hay entente sin cincho.
Hay que cincharse para marcar cintura.
Teatrales rubores
Princesas escopetadas, a las que sorprende la mañana en alcobas ajenas.
Princesas de desdichas, con los pensamientos atados por el hilo magenta.
Princesas famélicas de teatrales rubores.
Turbador sino vivir con esos orientes.
Vivis orientas por el detector de metales.
Rapidez de estadios efímeros.
Frescura caduca que hay que exprimir.
domingo, 13 de noviembre de 2016
Sin marañas
La viveza de una noche encendida.
De una luna que reina sin nubes.
Sin marañas está el cielo.
Sin luciérnagas que lo distorsionen.
Admirable fruto anaranjado.
Es mi pecado, es mi pasión.
El zafiro Ganímedes
Exhibir poder era su norte, no hay poder sin exhibición. Ella sabía manejar los hilos, tejer con ellos y forjar los lazos necesarios para poder legar a sus vástagos su posición. La sangre azul es un caprichoso andamiaje, una compleja red de enlaces, que se sigue forjando hoy, alianzas con o sin amor, que acumulan y reparten preeminencia y posición. .
Aquella noche era muy importante, era muy importante mostrar la exclusividad de su cuna, los tesoros exclusivos que ella poseía. Ganímedes, era un enorme zafiro de Ceilán, de 476 quilates, era un pedrusco soberbio, montado como colgante por la casa Cartier. Él, era el elegido aquella noche, porque Ganímedes, definía a la perfección la máxima, de cómo el poder se rodea de lo que pocos, muy pocos pueden poseer y porque hay que estar al lado del que detenta el poder, nuevos tiempos, nuevas alianzas.
En el vestidor, se enfundó, con ayuda de Rita, un armado Balenciaga, de dorados destellos. Después delante del vertical espejo, en su dedo corazón colocó un zafiro más modesto, tres quilates en talla oval, montado sobre una orla de brillantes, en las orejas unos pendientes a candelieri con zafiros pera y diamantes, coronando la testa un bando de brillantes con la elegida gema de la noche, la gema azul, y por último el Rey Ganímedes, colgando, sobre el pecho, de un collar de chatones. Se puso unas gotas de perfume detrás de las orejas y otras en las muñecas y se las frotó. Un último vistazo al espejo y a los destellos que devolvía, y Federica salió al pasillo para encaminarse al salón.
Empapado de desamor
Abro mis heridas en las tabernas.
Abro la profundidad de mi alma en las barras.
Me abro en canal en el remostoso enjambre de la libación.
Sobre el pringoso mármol lleno de cercos, donde todos se abren.
Me divido y multiplicó en el ahogo de desahogarse.
De tanto sentir ya ni siento.
Empapado de desamor y olvido.
Soy realmente el que reniego ser.
Busco el respeto de los que como yo no se respetan.
Busco diluirme en los vasos de dañina hiel.
La esperanza de ser complacidos
"No sólo nos atenaza el miedo, también nos atenaza el placer, rendidos en la esperanza de ser complacidos."
Irsia Carolain Sprimbol
Teatro para la vista
Gime el tacto infalible, la palma que sabe de tropiezos.
Gimen las yemas que leen los pliegues.
Gime la crujiente hojarasca que se rompe bajo mis pies.
Otoño de caducos gemidos, de sol sin lagartos.
Desnudos los gigantes del atrio se embriagan de los nebulosos perfumes.
Se embriagan con las modas pasajeras que no nos mudan.
Teatro par la vista, pues no se miente al tacto.
sábado, 12 de noviembre de 2016
Este tránsito
Que tristeza nos genera
la vida eterna,
el sueño eterno,
de aquellos que pensamos,
que deberían acompañarnos siempre,
en este tránsito finito que es
este valle de pérdidas.
Delicadeza y ambigüedad
Caminan de la mano delicadeza y ambigüedad, caminar entrelazadas, imbricadas, tan estrecho es su abrazo que no corre el aire entre ellas. Ellas son hermanas siamesas con un único corazón, que como bello y colorista rehilete agitan el aire,son atmósfera de seres divinos, de divinidad, de belleza, de grácil y graciosa cadencia.
Así era Justo, un bello ser, un ángel andrógino caído del alto cielo, que con sus movimientos despertaba las más tortuosas pasiones, los más bajos instintos, locura de amor de amantes soñadores que nada más verlo se volvían locos. Justo era injusta tortura, ere luz que con sus raros orientes, que con su nacarada y meliflua estrella, iluminaba salones y rendía mecenas.
Justo y sus burbujeantes modos encandilaban aquella noche en La Platería a Tete, que escuchaba eclipsada, las explicaciones sobre los atlantes del salón corintio del Palacio de los Obregón, hipnotizada por la dulce voz y por las refulgentes aguamarinas que eran los ojos de Justo. Tete era de brillos, de caros brillos, pagados con el sudor acumulado de los suyos, con la aparatosa fortuna de los Martel, fruto de siglos de tacañería y privaciones a la que ella, heredera díscola y universal, había puesto fin. Justo se dejaba halagar por aquella solterona octogenaria, cargada de pedruscos carísimos, que no dejaba de mirar sus ojos, como urraca que ansía llevárselos como botín a su nido.
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