domingo, 27 de marzo de 2022

Mil verduleros verbos


Son adorables los sabores de tu infierno, 
el salvaje calor de tu perversión.
Anexiona y rinde mis fronteras 
de mojigatería y pudor.
Bésame y aniquila mis miedos.
Condúceme por los desfiladeros 
de la tragedia y el placer 
a la patibularia sima del dolor de amar, 
del escarnio que es asumir tu amor. 
Verbos de dolor, amar padeciendo 
la amargura de mil verduleros verbos.

viernes, 18 de marzo de 2022

Claroscuros

 


Sabes que te quiero 
en los claroscuros 
de este infierno 
que me hace girar 
al rededor de ti.
.
Pasiones sin nombre 
por las que ruedo, 
apangando la la luz 
para no saber, 
que no son tus besos
los que me comen 
en las tinieblas 
de tu negación.

Se pierde 
en el amanecer 
del mar 
el deseo, 
que naufraga 
en mil lupanares 
por tu padecer.

Se abrasa la conciencia 
al despertar 
y vuelvo a beber, 
para poder vivir 
y deambular
por este mundo 
de rincones oscuros, 
sin ti.

Dispárame 
para que pueda 
dejar de ser, 
estar, 
y sentir.

jueves, 17 de marzo de 2022

Quizás no sea una mala opción


A veces morir no es una mala opción, es una salida como tantas otras. 
A veces uno está cansado del bucle que es vivir, de repetir tropiezos, de volver a confiar, de ser de nuevo traicionado. 
A veces, quizás demasiadas veces, el pesar es insoportable, y ya no se tienen fuerzas para soportar y continuar. 
El cielo lucia borroso y dorado, un amanecer de tantos, como tantos otros ya vividos. Uno de los tantos amaneceres que descorrían el telón de la función que era fingir felicidad. 
A veces siento que mi vida podría ser un relato corto, uno de esos relatos a los que estamos ya tan acostumbrados en las redes sociales, donde la dispersión y la frivolidad, sólo nos permiten el disfrute de lo breve, de las historias cortas de varios renglones, historias que devoramos y encadenamos unas a otras sabiendo que esa urgencia hará que esas existencias resumidas en nada sean chispas, pavesas y rápido olvido en el vórtice de la celeridad del presente.  
A veces morir, quizás no sea una mala opción.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Las pirañas aman en Cuaresma


Las pirañas aman en Cuaresma.
La abstinencia despierta la fiera 
que nunca estuvo dormida. 
Nadie puede embridar al salvaje corcel.
En los pantanos de las asentadas discordias, 
el único aliviadero es amar.
Se devoran con fiereza en un festín irracional.
Encontrar la instantánea dicha en los infiernos, 
es el fogonazo de una pavesa en la oscuridad.

martes, 8 de marzo de 2022

La Paz


La Paz es una conquista del mundo civilizado. 
El orden no se regala, se logra. 
Olvidamos con demasiada facilidad que la civilización es un legado, que las reglas de juego necesitan la utilización legítima de la fuerza para proteger al atacado. 
La Paz sólo es posible tras vencer al que hace la guerra. 
No a quienes por mera ambición perturban la Paz del mundo.

sábado, 5 de marzo de 2022

Querubín ladrón


Vagamente despertamos 
a la vida 
tras la saeta 
del querubín ladrón. 

Sin amor 
somos un molino 
sin agua. 

Las vidas irreprochables 
no han sido vividas.

Sólo viven 
los que se desmoronan 
y recomponen 
tras las mil contradicciones 
que se padecen 
al ser traspasados 
por el dardo mortal 
del niño arquero, 

Sólo saben 
de sabores, 
de colores 
y de frescor, 
los molinos 
al lado 
de los arroyuelos.

jueves, 3 de marzo de 2022

Velmur


"Muchas veces las vidas cotidianas, hasta las lineales y sencillas, son un laberinto." 
Irsia Carolain Sprimbol

Siete años llevaba Sergio trabajando en aquel rincón, en aquella esquina, en los tres metros cuadrados que definían el fregadero y la cámara frigorífica, era su puesto, allí, quitaba las escamas y las espinas a los rascacios; allí, desplumaba y deshuesaba los pollos que una vez por semana traían de la granja de los Mendía, allí pelaba las papas, troceaba la fibrosa carne de la cola del caimán, todo lo hacia allí, sin moverse de allí, salvo para aliviarse que salía al escusado que daba al pantano, el mismo donde vertía las vísceras de todos los bichos que limpiaba. Siete años sin moverse de allí, sin gastar nada, durmiendo en un camastro en una angosta habitación que compartía con Miguel, uno de los camareros de La Fragata, el concurrido y barato restaurante donde trabajaban. No recordaba claramente como llegó allí, ni sabia ciertamente si algún día se podría ir. Una mañana, como aquella misma mañana, apareció allí, en aquel rincón, limpiando rascacios, como si estuviera predestinado para aquella tarea, dar cuerpo y sustancia a la contundente sopa de la casa, el plato estrella de aquel retirado restaurante donde nunca había mesas vacías, donde no dejaba de entrar y salir gente.
Tronado, era un pueblo a veintisiete kilómetros de la costa, asentado en las colas dulces de los manglares, entre pantanos. Siete años sin salir de allí, sin saber nada de nadie, sin que nadie supiera de él, salvo su madre, la única con la que mantenía un vinculo, un contacto, un sueño.
Las vidas sencillas son intrincadas trampas de las que es casi imposible zafarse, son como la rueda donde corre un hámster, un artilugio del que sólo se puede salir, si decides parar.

Cinco meses tardó en parar después de recibir la carta, cinco meses permaneció en aquel rincón, haciendo lo mismo, durmiendo en aquel angosto cuarto al fondo del galpón donde se almacenaba de todo. Ni la misiva que le comunicaba la  muerte de su madre había sido capaz de romper aquella inercia, aquella protectora rutina. Pero una mañana como tantas, en la que la lluvia ametrallaba el techo de chapa del angosto cuarto, se levanto se puso sus gafas de cristales grises y salió a mojarse aquel patio trasero que daba al pantano, salió y rompió la rutina, se escapo de la rueda, y allí parado y empapado decidió que tenia que regresar.

No era gordo, no era delgado, no era alto, no era bajo, no era en concreto nada, nada importante, nadie por quien mereciera girar la cabeza, para volverlo a mirar. Cuando cogió el tren para desandar los más de dos mil kilómetros que separaban Tronado de su casa en Velmur recupero un sueño, el único sueño que siempre había tenido, convertirse en quien realmente siempre quiso ser.

Nunca fue de entablar conversaciones y menos aun largas, se movía cómodamente en los monosílabos y en los movimientos de cabeza. Se percató en seguida que frente a él, iba sentado un joven de importante atractivo, que discretamente no dejaba de mirarle, imaginó que sería por sus gafas de cristales ahumados que de daban un aire raro y enigmático. Las gafas de sol no eran un capricho, eran fruto de la necesidad y de su primer fracaso. No era muy perceptible, pero era perceptible para él, y eso era suficiente para ocultar su mirada tras aquellas gafas de cristales color gris.

Desde pequeño le atormentaron sus ojos rasgados, su mirada achinada, oriental. Siempre quiso occidentalizar sus parpados y por esa razón, desde muy pronto, ahorro para poder hacerlo. Nunca dijo nada en casa sobre este anhelo, lo maduró y planeó como casi todo en silencio.
Tenía diecinueve años, espero al verano,  en casa dijo que trabajaría en un campin en las playas de  Altaner, sabía que sus padres ni se opondrían, ni se preocuparían de él. Reservó una habitación en un hostal a las afueras de Velmur, en el barrio de Escandón, muy cerca de la pequeña y económica clínica donde su compañera Liliana, se había puesto más pechos, y donde  había decidido que le iban a operar a él.

 

martes, 1 de marzo de 2022

El lazo negro


Siempre fui 
un niño enfermo, 
desganado y absorto, 
aunque nunca 
me gusto serlo, 
pero natura 
decidió por mi 
y yo asumí 
muy a mi pesar 
ese reto. 

Jamás me manche, 
jamás alborote mi pelo, 
jamás deshice el lazo 
de terciopelo negro 
que todas las mañanas 
hacía mi madre al rededor 
de mi frágil cuello. 

Siempre fui delicado, 
un poco siniestro, 
de risa difícil 
y ojos muy negros. 

Y tarde mucho, 
pero que mucho tiempo, 
en amar los talentos 
que al nacer 
me dio el cielo. 

Altanería


Pongo al servicio 
de la locura 
todos mis campanarios. 

No pienses 
que es libre albedrío 
mi falta de mesura, 
es sólo 
que mi escorrentía 
aun embridada 
anega toda 
la vulgar llanura. 

Llámame soberbio, 
porque en nada 
me lastima, 
pues no hay 
nada más bello 
que un corcel 
al que encabrita 
su altanería.