miércoles, 4 de diciembre de 2019
Las hermanas Galeano
Las hermanas Galeano, además de rubias, heredaron de mamá, ser unas alcahuetas.
Tenían fácil estar al tanto y difundir chismes, desde pequeñas correteaban por la tienda de retales de su padre, Hilaturas Galeano, en la Calle General Aristu, nº 33. Desde allí Brígida Aldana, la madre de las lindas criaturas, podía ser la gacetilla oficiosa de Villa Miranda, la receptora de habladurías y la propagadora de las mismas, de modo amplificado y adornado, era la reina del chinchorreo.
Los vicios se aprenden pronto, es otro cuento el asumir y practicar virtudes.
Fidela, Herminia, Eufemia y Orosia, eran las cuatro hijas de Brígida y Dámaso. Las viboras, que habían crecido al calor de la corrobla de despelleja corderos presidida por su madre.
Es más fácil hundir que elevar. Ni sonrojo producía en la arpía de Brígida, el daño que hacía a muchachas con trayectorias impolutas, con maledicencias propagadas desde el nido de alcahuetas que era la tienda de hilaturas de Dámaso Galeano.
Que Brígida era una bruja, era un secreto a voces, que tristemente tenían predicamento y credibilidad sus chismes en Villa Miranda, era una realidad. Que sus habladurías hacían daño, era algo más que palmario, y muestra era que a ella a la Brígida, le faltaba un ojo, porque así se cobraron las calumnias que vertió sobre una muchacha. Crescencia Sarmiento, la madre de la difamada, se presentó en las hilaturas, con el pretexto de comprar unas bobinas de hilo, pidió ser atendida por Brígida y cuando la tenía a tino, mostrándole los carretes, sacó de su faltriquera un tenedor y se lo clavó en un ojo, tras hacerlo, salió corriendo, mientras la maledicente de la retalera, berreaba con el tenedor clavado en el ojo izquierdo.
Crescencia, pagó con cárcel desagraviar a su hija, pero la pago gustosa, sabiendo que la alcahueta de las hilaturas, para toda su vida se quedaba tuerta.
A pesar de este episodio, la Señora de Dámaso Galeano, no dejó de cortar trajes en el mostrador de la tienda mientras vendía hilos y enseñaba paños. Brígida era mucha Brígida y su marido que era calzonazos, no podía con ella, y menos aún podía meterla en vereda, en la vereda de no criticar y de comportarse con un poco de caridad cristiana. Entendiendo que todo el mundo tenía derecho a tropezar si era el caso y volverse a levantar. Pero pedir esto a la retalera, era pedir un imposible, porque no era capaz de estar en la tienda sin poner a alguien a bar de un burro.
Las niñitas arpías fueron creciendo y fueron mostrando los mismos talentos provincianos de su mamá, su talento para criticar y manipular, su insana afición a la calumnia y la maledicencia.
Crecieron y se hicieron mujeres, mujeres expuestas también a las críticas y a las habladurías, y como todo el mundo termina dando con la horma de su zapato y tomando de su propia medicina. a ellas su San Martín les llegó, y vaya que sí dieron con la horma de su zapato.
Solían ir las cinco en comandita a misa a la Iglesia de San Judas. Y allí les surgió la primera maledicencia, relacionaron a Orosia con el sacristán, un enano que se llamaba Efrén, le sacaron a la mocita el cantar de que se la beneficiaba el enano, y que era cuando subía a tocar las campanas, que por eso Orosia se sentaba en los bancos de atrás, para tener más fácil durante las misas escaparse al campanario con él. Dicho sea que era cierto que la pequeña de las Galeano se sentaba atrás, no como su madre y sus hermanas que eran de las primeras filas. Hasta difundieron que se estaba poniendo más gorda porque estaba preñada. La verdad, es que todo era mentira, o eso decían las de los retales Galeano, pero por más que las cinco se obstinaban en desmentir, más lo creían en las calles de Villa Miranda. Brígida. tenía tal berrinche, que se presentó en el Casino del Circulo Social y se encaró con Magdalena Pimentel, dueña del Colmado la Imperial, de donde se decía que partía el chisme. Se emberrinchó tanto en la bronca con la del Colmado, que le dió un aire, vamos una parálisis facial, se le quedó la boca y la cara torcida, y asi se quedo para los restos, tuerta y revirá.
Pero la cosa no quedó ahí, el novio de la mayor, de Fidela, la plantó como a un geranio, por consejo paterno, porque no querían emparentar los Urrutia, con una familia que tenía una hija preñada de un enano y que iba a tener un hijo bastardo de él.
Y así fue como las arpías que cortaban trajes, pasaron a ser las arpías a las que les cortaban trajes. Aunque su propia medicina no las corrigió, y siguieron desde el mostrador de las hilaturas, cacareando y cacareando, a la vez que con mucho disgusto aguantaban preguntas y comentarios indiscretos sobre ellas y la preñez de Orosia, que ellas con mil aspavientos se empeñaban en negar.
Los meses corrían, y si algo era cierto es que a Orosia, se la veía cada vez más gorda, tremendamente hinchada, hasta el punto de que sus hermanas llegaron a pensar que a lo mejor era cierto lo que decían en la calle.
Desde que surgieron las habladurías, ellas, las cinco, dejaron de ir a la misa de San Judas Tadeo, para evitar ser vistas al lado o cerca de Efrén. Ahora iban a Misa a Santa María la Mayor, que era la Iglesia Matriz de Miranda.
La hinchazón de Orosia término en el médico, debido a las suspicacias de Brígida y que aquel abultamiento ya no parecía gordura normal. Y Don Serapio, le confirmó a su madre tras aoscultarla, que las habladurías eran ciertas, que la joven Orosia y estaba más que preñada, que como mucho le quedaba una semana para el alumbramiento. Brígida se emberrincho tanto que se puso roja y menos mal que estaba en la consulta del médico, porque si no hubiera sido así, se podría haber quedado del disgusto en el sitio. Don Serapio le dió una gragea para bajarle la tensión y otra de bromuro para tranquilizarla, para calmar su agitación. Brigida le rogó, le suplicó al médico, diciéndole:
- Por favor Don Serapio, no diga usted de esto nada a nadie, que la gente es muy cruel, y Orosia es muy niña aun.
Y repetía una y otra vez, mientras la rendia el sopor del bromuro.
- Que voy a hacer yo ahora, como soluciono esto.
- Dios mío, Dios mío.
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