lunes, 23 de diciembre de 2019

Los recuerdos


Nada más verlo lo reconoció, rachado por el mismo sitio, con una pequeña pérdida de esmalte sobre la cabeza del pájaro azul. Siguió mirando y vió más cosas, siguió mirando con discreción, sin levantar sospechas ¿Cómo había llegado todo aquello a allí?
El juego de café de plata de su madre, con la pequeña abolladura del azucarero, idéntica, en el mismo sitio.
Reconoció en una vitrina un sonajero, el que le regalaron al nacer, con sus iniciales en el mango de plata y nacar. Siguió deambulando por la tienda sin decir nada, fijándose en todo, localizando los tesoros que eran de su madre. Hasta en los libros estaban las dedicatorias, el nombre de su bisabuelo, el exlibris de su padre.
Preguntó uno de los libros, el más modesto, le resultó caro, pero lo compro, se sintió con necesidad de justificarse y dió explicaciones, que si en su casa había uno igual, que le traía gratos recuerdos, cosas obvias, muy banales, huecas, formales.
Salió de la tienda cegado por la luminosidad exterior, por los objetos que aún titilaban en su cabeza, por la pregunta ¿Qué hacían esas cosas allí?
Hacía casi cinco años que no iban al pueblo, la casa no la habían vendido, su madre vivía con él, no habían repartido nada de lo que la casa atesoraba, de sus recuerdos. Las llaves de la casa las tenia Candida, la señora que siempre las había tenido, nadie les había dicho que les hubieran robado, se pagaban las facturas y la casa estaba cerrada, pero no abandonada.
Se fue caminando a la pensión, ensimismado y confuso, pensando en denunciar los hechos, o en hacer más averiguaciones por su cuenta.

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