domingo, 22 de diciembre de 2019

Héctor Pontedilegno


"A veces me gustaria estar hecho de mármol, para soportar la hiriente intemperie, para resistir el tiempo, para congelar una belleza que se está ajando."
Héctor Pontedilegno, reflexionaba siempre en voz alta, hablaba a solas. Solía ensimismarse en su belleza de Apolo griego, en una belleza que él, veía como el tiempo cruel la iba marchitando.
La gente para conformarse suele decir, que la suerte de la fea, la guapa la desea, pero eso es una supina tontería. Héctor, nació bello, seguía siendo bello, y toda su suerte estribaba en su belleza, ni por asomo un día de su vida se imaginó siendo feo, para tener más suerte.
Quien tuvo, retuvo, y Héctor, sentía como su belleza se escapaba como arena entre sus manos.
Quiero ser de mármol, se repetía frente al espejo, contemplando la tensión de sus músculos, su vello corporal exquisitamente repartido, sus perfectas manos, fuertes, con la finura justa, con la rudeza correcta, un cuerpo que le había abierto las puertas del Olimpo, de una sociedad que devora belleza, que quiere poseer cuerpos bellos, dormir y gozar con ellos.
Pontedilegno, sabía que no podía ser de mármol, que tenía que poner fin a su dispersión, que se tenía que dejar elegir, que tenía que centrarse en un solo poseedor.
Aquella noche delante del espejo, deslizó sus manos por su dorada piel, se acarició con una lujuria distinta, con la lujuria del que despide un amor. Aquella noche vistió su cuerpo con un claro objetivo, elegir a quien tenia que elegirlo, dejarse poseer, dejarse adquirir por el magnate más selecto, Aquella noche iba a buscar la más alta puja, se iba a dejar encerrar en el gabinete del coleccionista, que para siempre, lo quisiera comprar.

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