viernes, 6 de diciembre de 2019

Celeste Durán


Hay quien decide encender la caja de los fósforos de su vida, toda a la vez, prender todas esas cerillas, para brillar sobre la mesura de los uniformes, para en un repentino y fugaz alarde de luminosidad, con una intensa llamarada desaparecer, trayectorias de bólidos, de veloces corceles, que tras llegar los primerísimos a la meta caen rendidos y victorios, para desvanecerse y dejar, en la retina de los corrientes, ese fogonazo que por unos instantes les cegará y que en la memoria colectiva se asentará como hito.
A la sombra de los hitos surgen interesados, personajes convenencieros que viven relatando batallas que dicen que presenciaron. Son los hagiógrafos de los que tras la proeza desaparecen dejando la estela de su intensidad. Cínicas viudas, amigos intimísimos, primos, hermanos, novios, todos ellos dolientes. Prosperan a la sombra del derribado cedro, exprimiendo la memoria y los logros del portento finado. Eso era Meli Donaire, o sea, la Melitona. Una figura muy marginal en la vida de Celeste Durán. Celeste nació en el mismo barrio que Melitona, fueron juntas al colegio, pero ni por asomo compartieron ni intereses, ni amistades. Sólo que vivían en la misma calle, hasta que Celeste comenzó a despegar cuando la eligieron reina del instituto, y más tarde de la ciudad, así hasta lograr ser Miss Estado de Carabobo y participar en el certamen de Miss Mundo, como Miss Venezuela, y trasladarse a vivir a Gran Valencia para nunca volver a Güigüe.
Fue meteórico su despegue, su ascenso y las difusión de su belleza, en todas la televisiones, en las portadas de revistas. Bellísima, perfecta, apunto estuvo de lograr el título mundial, pero no hacía falta, era ya una celebridad, disputada por los publicistas, asediada por magnates que deseaban aquel trofeo para sí. Pero sus fósforos ardieron todos a la vez, y una mañana los noticieros despertaron al país con la noticia de su muerte, con la trágica desaparición de Celeste, y fue ahí cuando encontró su hueco Meli Donaire. Su primera aparición fue en unas entrevistas a pie de calle, en el barrio de Güigüe, donde nació y pasó sus primeros años, esos años de anonimato, de la bella Celeste, preguntaron a Meli, que sin cortarse contó que eran íntimas, y exhibió una carta de Celeste, unas letras en las que se interesaba por ella, dijo que ella sabía de Celeste porque se lo contaba todo y que su trágico final era debido a que no estaba bien. Así comenzó, hasta pasar a estar en nómina de una tele estatal en Gran Valencia, y pasar a ser la cronista oficial de Celeste y a hablar de otras divas y famosos. Así Melitona ahormo la memoria de Celeste a su interés, sin nadie que la recriminara, ni llevará la contraria, porque Celeste era hija de madre soltera y su madre tras la muerte de su hija, se sumió en una depresión que necesito de frecuentes hospitalizaciones, por mostrar los mismos impulsos suicidas que la diva. Incluso todo esto le vino bien a Meli, tenía carnaza para rato con este drama familiar.
Es lo dramático de los hitos. que los narradores los desvirtúan, que enturbian las proezas con la vulgar camaradería que muestran, y dan al público ávido de carroña, el relato procesado y relamido que vende circo, que no hazañas.
Meli. exprimió el jugo de la belleza de Celeste y como la muchacha no se ahormo a un mundo de depredadores que le quedaba grande por desalmado y vicioso. Un mundo que la erosiono, hasta lacerar su alma, y forzarla a tomar la decisión de volar como un ángel, desde el piso doce de su torre, de su jaula dorada, de la cárcel que es ser diferente, ser preciada y disputada mercancía. Voló sin haber nunca escrito a Melitona, sin haber comunicado a su madre su amargura, sin gritar al mundo que era una infeliz reina rodeada de lobos y de alimañas.
Voló Celeste. Y Melitona, aprovechó el azar de un micrófono, para construir una estelaridad que natura y talento le habían negado, para edificar sobre los rescoldos de una televisiva diva, su televisivo y lucrativo porvenir en Gran Valencia. Se convirtió en tertuliana del alcahueteo, en uno de esos programas de máxima audiencia. Y escribo un libro, vamos fue un negro quien lo escribió y ella tan sólo lo firmó, "Bellezas y dramas". Y fue el libro el que detonó su ocaso televisivo, no haber medido bien lo que en él decía, y nombrar un idilio entre Celeste y el hijo del magnate del caucho, Severo Smith, le llegó una querella, y el papá del heredero movió hilos, para que le movieran la silla en aquella tertulia de maledicentes. Y no hizo falta más para borrarla del mapa, porque uno no suele amasar el dinero que fácilmente llega, y Melitona, no había sido previsora, su caro departamento, tuvo que dejarlo, y sin el púlpito en aquella cadena especializada en airear miserias, ya no había fiestas, ni notoriedad. Y la puntilla fue que perdió la querella en la corte suprema y le tocó pagar, por haber hablado de Severito Smith, y haberlo colocado esa noche en el departamento de Celeste, la noche que se precipitó al vacío, la noche que los noticieros airearon que Miss Venezuela se suicidó.

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