domingo, 1 de diciembre de 2019

Consuelo Solis de Almenara


Cuando un amor te rompe el alma al comenzar a vivir, no hay consuelo, el dolor es un mar inmenso sin orillas, un mar frío en el que no sabes hacia donde nadar, y agarrotado, y herido esperas, y esperas un milagro, una mano que te salve y te saque de allí.
Consuelo, se sentía así con aquella herida que la desangraba y la hacía blanco de rumores en las calles, incluso en la puerta de su casa. La belleza no todo lo puede, y su belleza serena ganó la primera batalla, pero perdió la guerra y la perdió traicionada.
Se podía perfectamente haber repuesto de aquel envite de la vida, podía haber asumido la derrota de otro modo, porque mejor traicionada a las puertas de tu boda, que traicionada después de ser desflorada, por un embaucador mezquino con cara de ángel y porte de Apolo.
Pero la juventud es así, lucha a pecho descubierto, ama sin coraza, brinda al amado el vulnerable corazón en una delicada bandeja de plata.
La desconsolada Consuelo, se encerró en la casa de la Calle Ancha, tras las celosías de su gabinete, a desbordar su ajuar, a deshacer el primor, la ilusión y la galanura de las blancas sábanas que vestirían su tálamo.
Un año había pasado desde la traición, todo se había atenuado, la salvación llegó del impuesto encierro, de la clausura que como una crisálida transmuto la serena belleza de Consuelo,en belleza sublime. Un año sin que la viera nadie y menos aún sus traidores. Reapareció en el Teatro Principal, en el estreno de Rinaldo de Händel, fue sola, despojada de todo mundano aderezo, un vestido de terciopelo la cubría por completo, salvo sus regias clavicular y su largo cuello. Su rostro de una palidez transparente y exquisita, nimbado de su melena de fuego, transmitía victoria, la plácida victoria que sólo saben trasmitir los que han sufrido derrotas y renacidos lucen con la altivez de las depuras cumbre de nieves perpetuas. Arrebataba su místico star a todos los que con pena y conmiseración hablaron de ella, a los que adornados de estridencias querían brillar en aquel desfile de vanidad. Apareció sola, atravesó el vestíbulo del teatro y subió las escaleras, inaccesible a los susurros de los que se apartaban dejandole paso, fue a su palco, al palco de su familia, allí estaba su hermano Daniel, el joven y adolescente heredero del Marquesado de Uzbeke.
Esa noche Chelo, como la llamaban en los círculos de las relaciones convenientes, no sólo volvió a la sociedad de Portocarrero, sino que esa noche acababa de comenzar su largo reinado.
Hay que verse morir, para resucitar. El frágil exterior de Consuelo encerraba un alma curtida de acero, una pétrea coraza, que la hacía inalterable, cara e irrompible porcelana, diamante de destellos infinitos, que eclipsa y corta. Ella abandonó su crisálida para volar libre y hacer sombra, para herir, para reinar humillando a los traidores que habían hecho astillas cuando ella era un árbol caído, un soberbio cedro que acababa de renacer.
La luminosidad de Consuelo era una bella trampa para cazar estupidos cazadores, Apolos que habituados en ganar guerras, perdían con ella la cabeza y las batallas.
El Resquemor de la traición de su Apolo, ese que la dejó al borde de altar, ese que la humillo, y la catapultó a este gélido estar de nieves eternas, de belleza inalcanzable, de malignidad.
- En las álgidas cumbres nunca pueden habitar dos, es una peana caprichosa que exige el peaje de ser célibe, las cimas sólo quieren divinas vírgenes, y eso soy yo, trofeo de dioses.
La hija de los Marquese de Uzbeke, con sus dotes de Sibila y su capacidad para manipular y enredar se convirtió en imprescindible en los salones de Portocarrero. Era centro de atención en las tertulias prediciendo amores, prediciendo dramas y hasta muertes. Así en este juego de sugestiones, fue generando adeptos, hasta crear su propia tertulia y su propio circulo, en los salones del Palacio de los Uzbeke. Se empezaron a arremolinar en su casa quienes era alguien y sobre todo quienes querían serlo. Y Consuelo como diosa de esa cosmogonía, empezó a realizar negocios, con prestamistas y banqueros, arruinando a unos y enriqueciendo a otros con el único norte de trastocar fortunas y vengar a los que de ella se rieron.
A su querido Apolo, le dió un poco de cuerda, no quería que fuese su primer bocado, dejo que la observará, que sus ojos vieran lo que había despreciado, que viera el deseo de los otros, la nube de aduladores que acudían alrededor de su melena de fuego, a beber en el verde esmeralda de sus ojos glaciales. Dejó que la deseara, que volviera a sentir lo que por ella sintió, hasta que en su camino se cruzó la traidora de Lucía Requejo, la amiguita del alma que la apuñaló por la espalda y la escarnio y la convirtió en la comidilla de Portocarrero.
La venganza, plato frío que llega y no sabes quien te lo sirve y manda, comenzó por arruinar a los padres de su Apolo, perder la fortuna, nos suele hacer muy desafortunados, perder la fortuna nos cierra muchas puertas, nos deja en la calle, nos pone a merced de todos los que nos han envidiado.
No fue difícil hacer que perdieran casi todo, Don Aniceto Salobre, era su principal acreedor y comía de la mano de la Sibila de Chelo, sólo tenía que decirle que ejecutara los pagarés y eso hizo, con la consecuente sucesión de acontecimientos nada favorables para los Urquinaona. Fue la propia Consuelo, la que a través de un testaferro compró tiradas de precio las joyas de la mamá del Apolo, unas joyas que por supuesto no se iba a poner, y que si se hubiera casado Apolo con ella, hubieran terminado siendo suyas.
No era exactamente placer lo que sentía la Solis de Almenara, al cobrar deudas del corazón y del alma, no era placer, porque la venganza es gélida, era como añadir más nieve a la glaciar cumbre de ensimismamiento de sus nieves perpetuas. Era aislarse más, hacerse cada vez más fría e insensible.
Apolo y su preñada esposa, vieron muy menguado su estatus tras verse obligados a vender sus papás el palacete de la Calle Ancha y trasladarse a vivir a un piso grande y burgués, que no es lo mismo, obligados a compartir escalera, con los que tanto habían hecho de menos, obligados a prescindir de palco en el Teatro Principal, y de casi todo el servicio. Que dramática es la vida cuando el drama te toca vivirlo en primera persona.
Lucía tenía amigas, amigas que ahora le daban de lado por que había retrocedido en la escala social, amigas que cuando Apolo la traiciono a ella le hicieron el vació y se rieron de su drama, a esas les tenia su divertido drama, y que Chelito tenía muy claro que no les iba a hacer ninguna gracia.
Con remitente anónimo hizo llegar a las casas de todas ellas unos ricos presentes, consistentes en productos de belleza, en sales, en polvos de arroz, en cremas blanqueantes para tener la piel como el nácar. Todas los probaron, se acicalaron con ellos y padecieron al dia siguiente una erupción muy virulenta parecida a la viruela, que cuando despareció les dejo la cara llena de cacarañas, por supuesto que corrió la voz a través de sus compradas alcahuetas que había sido Lucía, la que les había mandado estos presentes al sentirse por ellas despreciada.
Ahora tras tener ya dos orejas, le faltaba cortar el rabo pra culminar bien la faena y dar la vuelta a la plaza. Y nunca mejor dicho lo del rabo.
Apolo, Tomás Urquinaona, seguía siendo un poco fanfarrón y aunque había perdido posición seguía saliendo de tabernas, y era en esos lugares donde la Solis de Almenara, tenía programada la última parte de su venganza, salía a beber y es noche iba beber y iba a beber de lo lindo, hasta perder el sentido, infiltrar en su grupo un camarada era fácil, como es fácil comprar voluntades, el dinero todo lo compra, y a ella le sobraba, dinero llama a dinero, poder atrae más poder. El compinche de Chelo, sabía lo que tenía que hacer, terminar solo con él y llevarlo al lugar programado.
En la última copa en la taberna de La Colosal, regentada por Cocot, tugurio de última hora, debía drogarse, nadie se percataría pues era normal que muchos, con las imponentes curdas, perdieran el sentido. Así ocurrió, que Tomás, perdió el sentido y fue llevado por Cipriano Lucaférry a la consulta de Don Enrique Bravo Munguia, donde todo estaba preparado para una emasculación, tras realizarla, lo trasladaron otra vez a los cuartos altos de La Colosal, allí lo metieron en una cama con una travesti llamada Silvana, para que cuando despertara se encontrara con ella. La Silvana era muy conocida en Portocarrero, porque estaba muy bien dotada y solía follarse a muchos ricos pervertidos de la ciudad.
Cuando Apolo despertó con un enorme dolor en la entrepierna y una sensación de enorme sequedad en la garganta, palpo al que dormía a su lado y vió a La Silvana, grito como un poseso, pero no le sirvió de nada porque ya no podía recuperar en trofeo que le habían robado, y era mejor gestionar este asunto con discreción, porque no era conveniente para él, que en la urbe trascendiera que entre las piernas ya no tenía nada.
Y así fue, como Consuelo Solis de Almenara, hija de los Marqueses de Uzbeke, se cobró los desprecios que hicieron a su tierna candidez y al corazón que entregó por amor, al bandido de Tomás, para que este lo pisoteara.
Nunca se casó, jamás perdió la virginidad y nunca dejó de ser ni Sibila, ni Reyna de la clasista sociedad de Portocarrero, y nunca exhibió en público que ella era la artífice y urdidora de todos estos dramas.





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