martes, 31 de diciembre de 2019
Luciana y la última noche
Con demasiada frecuencia, en el último segundo, queremos enmendar la plana a 365 días.
Corceles desbocados que han sido todo el año unos asnos.
Luciana, salió aquella noche con el ánimo, de merendarse el mundo, de resarcirse de la desidia de doce meses de inoperancia.
Se embutió en un recinchon vestido que domaba sus mantecas, claro está, de color negro, que es el que más adelgaza, se encaramo en unos altísimos tacones que hacían respingón su trasero, se puso unas extensiones que alargaban su rubia melena y se maquilló llamativa, como si todo el maquillaje que tenía en casa caducara al día siguiente. Tras toda esta parafernalia, se pegó unas enormes y afiladas uñas postizas, rojas, con las que no era capaz de agarrar nada.
Se echó un último vistazo, en el espejo de la entrada, y mientras se piropeaba, agarró el bolso de pitón en el que había metido, de ante mano, tres preservativos y se tiro sobre los hombros su estola de zorro ártico, mientras lanzaba un beso a su despampanante reflejo.
Paró un taxi, con las calles tan vacías llegó enseguida al Palacio Santo Mauro, en la calle Zurbano. Era una cena muy elitista, muy cara, que pensaba rentabilizar, por eso tenía reservada una suite en el propio palacete hotel.
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