miércoles, 4 de diciembre de 2019
Felipe Benicio y las duras batallas
Dios encomienda las más duras batallas a sus mejores guerreros. Dios no es consciente a veces de lo injusto que es. Estos dos razonamientos eran los que noche tras noche, se pasaban por la cabeza de Felipe Benicio, ante las tantas fatalidades y desgracias que le habían tocado padecer.
Benicio, como le llamaban en San Andrés del Lago, se ponía a mirar para atrás y sólo veía una sucesión de desgracias de las que se reponia, para padecer y soportar una nueva.
Así pasó su vida Benicio, perdió a su madre al poco de nacer, no lo sintió en ese momento porque era pequeño, lo sintió cuando su padre se casó de nuevo y la mujer de este, le trataba muy mal, con desprecio, haciéndole ver que no era si madre y que no era nada suyo. Tras tres años de suplicio con la madrastra, murió su padre, y claro está su querida viuda, lo puso en la calle, lo recogieron sus abuelos, los padres de su madre, allí tuvo un año escaso de tranquilidad, porque tambien fue llamado al cielo su abuelo, y comenzaron las penalidades, su pobre abuela se vio desposeída de todo, porque llegó a la casa el hijo mayor, su tío Azarías, con su mujer y sus tres hijas, y él no era malo, pero ella era una arpía, y sus tres hijas, tre hijas de arpía. Trataban mal a su abuela, y a él, pero él lo soportaba, estaba acostumbrado a las penalidades y a trabajar como un esclavo, pero su abuela, que por Benicio, sentía devoción, no pudo más, se le fueron sumando dolores y tambien el Señor se la llevó y le hizo pasar por el cáliz de enterrarla, por el de ser puesto en la calle otra vez, ese mismo día del entierro.
Se apiado de él, un panadero y le dejaron dormir en en la tahona, a cambio de ayudar, y le fue bien, se ganó la confianza de Nicéforo, el dueño de aquel horno, que lo trataba bien, allí estaba caliente y aprendiendo un oficio, así conoció a la hija pequeña del panadero, a Salud, y surgió el amor entre los dos muchachos. En ese momento Benicio, tenía diecisiete años, surgió y lo llevaron en secreto más de un año, hasta que ella se quedó preñada, y ya no había manera de disimular, ni si amor, ni su estado. Y lo dijeron, con el inicial cabreo de Nicéforo, que le decía que había traicionado su confianza, la mujer y madre de Salud, se mostró en todo momento más comprensiva, pues no lo veía mal chaval. Se casaron y todo fue bien, y sintió que tenía una familia, hasta que la desgracia llamó nuevamente a su puerta.Una madrugada, mientras se cocía el pan, se incendió la tahona, Nicéforo intentando apagarla se quedó atrapado entre las llamas y tres obreros más, murieron con él. El fuego devoró todo el inmuebles, incluida la vivienda de los panaderos, que estaba encima. De nuevo otra vez volvía a estar en la calle, pero ahora con una mujer y un hijo en camino.
El hijo mayor de Nicéforo, se hizo cargo de su madre, pero de ellos no, y volvió a tener que buscar acomodo. Los primeros meses alquiló un cuarto y empezó a trabajar en otro horno para poder mantenerse él y su mujer. En esta tahona, le explotaban y le pagaban mal, pero tuvo que aguantarlo, hasta que a un mes de dar a luz su mujer y no soportando más las penalidades. Se empleó en una curtiembre, que más tarde tuvo que abandonar por las ulceraciones que le provocaban los químicos utilizados en los baños para curtir.
Nació su hijo y se empleó en una botica, a través de conocer al boticario mientras se trataba las ulceras, alli por fin le iba todo bien, pero el Señor, le volvió a mandar otra dura batalla. Salud, que después del parto no quedo muy bien, fue debilitándose por una infección generada al dar a luz y que se le extendió por todo su interior hasta matarla. Ahora estaba sólo y con un niño de pecho. La mujer del boticario se apiado de él y se hacía cargo del niño cuando él trabajaba, pero a pesar de los cuidados, el niño que no había mamado como debía, fue perdiendo el color hasta morir tambien. Volvió otra vez más a estar solo. Y en el entierro, en la Iglesia se San Sulpicio, estando él abandonado por todos y con el hijo que iba a enterrar y con la única presencia del cura y un monaguillo, cerró la puerta del templo, trancándola por dentro y preso de la enajenación y dolor ante tanta continuada pérdida y desgracia, con las velas del altar y el aceite de los lamparilleros incendió el retablo mayor, que rápido ardió iluminando la iglesia de modo teatral, de tal forma que parecía el infierno de Dante. El templo envuelto en llamas, el cura corriendo y gritando tras él, nadie desde fuera podía entrar, y el alterado por la rabia y la no aceptación de su destino gritaba poseído:
-Señor esta es mi última batalla, no soporto más, que me des y me quites lo que me das. No quiero ser ya tu abnegado guerreó, me reveló, condename ya.
Mientras gritaba extendiendo el fuego por los retablos laterales y el fuego ya alcanzaba los artesonados, el cura y el monaguillo se habían encerrado en la sacristía, pensando que Dios allí los iba a salvar. Cuando por fin desde fuera derribaron la puerta, lo que vieron fue, el templo arrasado y un padre muerto abrazado al féretro de su hijo y en la sacristía los cuerpos sin vida del cura y el monaguillo, que habían muerto por el humo generado por la locura de Benicio, que se había cansado de tanta sumisión y de tanto batallar.
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