domingo, 30 de junio de 2019

Moreno de la Cal


Aquella tarde todo era diversión. Doña Teresa, estaba preparando la merienda mientras hacían las niñas el indio en el teatro. Era una suerte que Maruja tuviera una casa tan grande, una casa con su teatro. Los Moreno de la Cal eran así, descuidados y ricos, muy ricos y muy descuidados.
Nadie en el pueblo era ajeno a las deambulaciones de los habitantes del Palacio del Deán. Ellos se relacionaban entre ellos, se relacionaban con los de los apellidos compuestos, con los de siempre, nunca con los que acababan de llegar y aún no eran nadie.
María Luisa, era una amiga natural de Maruja, las dos tenían apellidos compuestos, ella era de los Álvarez de Linares, otros ricos de siempre, ricos de muy menguada fortuna, ricos y descuidados como los de la Cal. Luisita, vivía enfrente, en una casona principal, en la Casa de Sevilla, que era como la llamaban en el pueblo, porque en ella vivió hacia mucho, mucho tiempo Serviliano de Linares. Sevilla era una corrupción de Servilia, de la Casa Servilia, de la casa de Serviliano. Se contaba que él, era quien la construyó, y que la llamo Sevilla, porque recreo en ella un salón de los Reales Alcázares. Todo cuento y corrupción sin fundamento, pero que al fin y al cabo, engrosaba la leyenda y el linaje de los Linares. La verdad era mucho más prosaica, pero lo prosaico no vende, ni corre las calles.

sábado, 29 de junio de 2019

Me perderé en las frases nuevas


Me perderé en las frases nuevas, en el cegador brillo de lo excesivamente brillante.
Soy lo que padece, soy un padecer que no obedece a razón.
Liquido star, de dramática primera fila, fila de carne de cañón.
Haciendo que parezca sencillo, lo alambicado, que parezca recto, el trayecto de los meandros.
No me temas, no soy temible, no soy nada, sólo soy hastío, que ha entrado en bucle.
Me desangro en el pudridero, que es este infecto lugar, me desangro y envidian los escombros, como me desangro.

martes, 25 de junio de 2019

Eloy de la Huerta


Eloy de la Huerta, siempre estuvo tras las faldas de su madre y al amparo de la Santa Madre Iglesia.
Desde muy pequeño fue monaguillo y pupilo de Don Honesto. Entró, como era natural, en el Seminario, siguiendo los pasos de su primo, que ya había sido ordenado y era en ese momento coadjutor en la Iglesia de San Juan Bautista de Tabarca la Real. En el Seminario Menor de Azaba permaneció interno hasta justo un año antes de la ordenación. Fue una sorpresa para todos y sobre todo para Delfina, su madre, que veía truncados sus planes de ser la madre de un canónigo de la Catedral de Santo Domingo de Guzmán, de ser como su parienta, como su cuñada Mercedes, que ya tenía a su hijo Braulio como Deán de la Catedral. Abandonó el Seminario sin razón aparente en un primer momento y desoyendo los consejos de su primo que le vendía el mejor de los porvenires posibles tras su ordenación. Y así pasó de unas faldas a otras, paso de las faldas de su madre a ir tras las faldas de Meña, tras las faldas de Eugenia Corrales.

domingo, 23 de junio de 2019

Meñita


Por qué a Doña Meña, la llamaban Meña y no Ignacia o el hipocorístico que casa con ese nombre, osea Nacha. La razón tenía su lógica, y estaba en su abuela paterna, Eugenia Corrales, que llamaba así a la niñita porque Clotilde, su nuera, no le quiso poner su nombre a la nieta, no se lo quiso poner en la pila bautismal, pero la suegra lo impuso en la calle. Y así creció Meñita, la nieta de la Meña, con ese apelativo cariñoso que ella sin problemas abrazó, con ese nombre que era una de las tantas batallas que su madre creía ganar, pero que había ganado la dominante abuela Meña.
Así son las victorias y las derrotas, monedas con dos caras, creemos ganar y hemos perdido, victorias que se cobran sus bajas, derrotas que nos abren las puertas de nuevas victorias.
Eugenia Corrales, solía salirse con la suya, sabía vencer haciendo creer que era la vencida. Ella sabía que ser mujer es ser convincente, es hacer que los otros asuman como propios tus anhelos, es saber mover los peones que te brinda la vida, peones que no saben que son tus peones, peones que creen ser reyes. El amor es la cadena más delicada y fuerte, el amor genera leales. Doña Meña, aprendió de la gran abuela Meña, a manipular generando vínculos y fieles.

Doña Meña


Josefita la del café, notaba que algo le había ofendido, el gesto de Don Javier explicitaba el desagrado. Josefita era de natural alcahueta, irreflexiva en sus aseveraciones, y la verdad sea dicha no era el momento por mucha confianza que La del café, tuviera para echar en cara al Señor Vela, lo desatendida que había tenido a su madre. María Ignacia de la Huerta, la madre de Don Javier, agonizaba en sus brazos y no era ni hora, ni lugar para azuzar asentadas diferencias, que habían forzado al hijo a estar tan ausente de los últimos años de la vida de su madre. El caso es que estaba allí, complaciendo la llamada postrimera de su madre, y cerrando una herida que había hecho tanto daño a las dos partes.
Doña Meña, que era como la llamaban en el lugar, había sido una sargenta metomentodo, una urdidora de casamientos, pero con Javier dio con la horma de su zapato, no sólo no le hizo caso, sino que se ennovio y casó con la hija del Piconero, con Pascualita Mendo, arruinandole el entente de alianzas sociales que ella había trazado para sus cuatro vástagos. Don Javier, no sólo se habia desclasado, la había desobedecido y humillado en público, con aquella boda desigual en la Iglesia de San Nicolás de Tolentino. La cosa no era tan grave, sino fuera porque frustraba la programada alianza de Javier, con los Jaramillo-Quesada, los arruinados Marqueses de Villarín, que aparte de nombre tenían un palacete en la Alameda del Humedal, en el que se veía Doña Meña, pasando sus últimos días, oteando desde los acristalados miradores, el paso de tortola hacia la catedral.
Javier Enrique, era el preferido de María Ignacia, era el pequeño y el predilecto. Había sido el más consentido y delicado, el más afín, hasta que conoció a La Piconera.
No es que Doña Meña, no fuera de familia importante, pero no era tan importante como ella decía. Cierto es que tenía modales y clase y que era sobrina de un Obispo, y que cuando llego a El Palmar, como maestra, era la sensación de la ciudad, por su porte y estilo, y claro está porque daba clases en el elitista colegio de las Salesas, donde iban todas las niñas de bien de la comarca y de la ciudad.
Pronto María Ignacia, empezo a ser cortejada, y ella eligió con mucho tino, sin meter por medio la veleidad del amor. Se centró en el galante Conrado Vela, hijo de un notario y de Chelito Martel, la hija de los dueños de Galerías Oriente. Se centró en él, a pesar de ser un pavisoso, porque era hijo único, y cuando se es hijo único con nadie el legado lo tienes que repartir.
Conrado tenía buena planta y por supuesto, iba a ser notario como su padre, y por más por supuesto aún, heredaría su notaría en la Calle Cortes nº 13. Vamos que Conrado, no era el mejor partido, pero era un buen partido o al menos era el que estaba a su alcance.
A ese noviazgo no pusieron ninguna pega ni Don Conrado padre, ni Doña Chelito Martel, vieron en ella a una mujer sensata, que velaría por los intereses de Conradito, y que tenía esa necesaria dosis de ambición, muy estimada y necesaria en los emparentamientos de la clase media.
Los Vela-Martel, casaron al único, en la Catedral. La ceremonia la concelebraron el Obispo de El Palmar y el Excelentísimo Señor tío de María Ignacia, el Obispo de Azaba, Don Braulio Moreno de la Huerta. Empezaron con buen pie, saliendo en los ecos de sociedad de La Voz de El Palmar, el periódico de la urbe y comarca, el periodo que se leía en el Casino, lugar de encuentro y negocio de los que eran algo en la región.
Toda la vida la pasó Meña, proyectando futuro familiar, y el último peón, en el que había cifrado más expectativas, se lo vino a desbaratar.
Diez años que no venía a verla Javier, diez años desde el fiasco, diez años ausente en la vida de la urbe, en la vida artificial, en el Casino, en las fiestas de San juan, en los entierros de los importantes, en los paseos por la Alameda del Humedal, donde ves y eres visto, donde eres distante con quien tienes que serlo y te acercas a quien tienes que acercarte. Diez años sin Javier en los corros a la salida de la misa del domingo en la Catedral, en las tertulias, en los veladores de mármol rojo, de la terraza de El Imperial. Diez años en los que ella había corrido un tupido velo sobre el hijo díscolo, donde había tenido que ver como Inesita Jaramillo y Quesada, IX Marquesa de Villarín se casaba con el hijo de Marcela Domínguez, la mujer del dueño los Almacenes Crespo, enemigos naturales de los Vela-Martel , de los Vela de la Huerta. Diez años desde que Javier, frustró sus planes de ser Marquesa madre consorte, y asolanarse a la vista de todos, en el palacete de la Alameda del Humedal.


miércoles, 19 de junio de 2019

Sin admiración, sin respeto


Nos divide el pesar, la pena, la frustración, el desánimo.
Somos la tragedia de nuestros segundos, las pequeñas batallas que perdemos.
En las peores manos, en las manos del infierno.
El dolor habita en la planicie, en los días sin horizonte, en el norte sin futuro, en la decepción.
Con los miembros amputados por la envidia, con la voz silenciada por el zafio.
Querer no es precipitar al proximo al vacío.
No es un negocio amar, en el amor no hay negocios.

sábado, 15 de junio de 2019

Lo que no guarece

"La fortuna ayuda a los fuertes. Sólo los débiles hacen apología de su debilidad. Lo que no guarece nos hace vulnerables." 
Irsia Carolain Sprimbol.

sábado, 8 de junio de 2019

Felicidad y pesar


Siempre me acompaña mi sombra, ese remedo constante.
Me almibara la luz la cara amable.
Me acecha por el otro lado la siniestra y detestable.
Polos unidos, polos constantes.
Cara oculta que me multiplica en bordes.
Cara oscura que me persigue incansable.

A mis enemigos


Que de agradecer es la ayuda de mis enemigos, crezco con sus zancadillas, me encumbro venciendo sus improperios. Su odio es el motor de mi éxito, su envidia es la cromática de mi júbilo. Soy lo que ellos denostan, soy lo que ellos critican, soy la furia que ellos con pólvora mojada, creen que mitigan.
Mil besos a vuestras torpezas, mil besos a vuestra zafia inquina. Gracias por hacerme crecer, por mostrarme tan crecido.

viernes, 7 de junio de 2019

#YOAPOYOALOSPREMIOSPOPEYE


Sólo la maldad destruye, la bondad siempre asimila e integra. Sólo el zaino funciona con sesgo y discrimina y zona. Sólo pone zancadillas al talento, el zafio. Sólo al ignorante le interesa perpetuar su ignorancia y generar una masa ingente de borregos seriados con la tara del rechazo, al que se tilda de disidente.
Las ideas son buenas vengan de donde vengan, las ideas y las buenas iniciativas no tienen color, son en color, suman colores, suman talentos y desde la transversalidad construyen.
Todo mi apoyo a los "PReMIoS POp EyE", a una iniciativa consolidada, a un equipo de muy válidos, a un evento brillante, a unos premiados vibrantes, a una pasarela de ingenio, a un universo de talento, a un referente que nos coloca en el mapa de la cultura.
#YOAPOYOALOSPREMIOSPOPEYE.

El revuelo


El rumor en la calle iba creciendo y en casa la tensión era casi insostenible. Matilde no respondía a ninguna pregunta relacionada con su estado, no decía nada de su abultado vientre, que a pesar de su holgado e infantil vestido se mostraba de modo ostensible. Era la comidilla del pueblo, pero lo que realmente intrigaba era, de quién. Siempre estaba rezando, en los velorios, entre gente, sólo era posible que la preñaran forzándola en sus peregrinaciones a la ermita de Altagracia y que la criaturita de La Rezantera, lo cayara todo por miedo y vergüenza. Los rumores de la calle no estaban nada desencaminados en el cuando y en el cómo, pero faltaba la pieza de quién.
Don Rafael lo supo todo en confesión la mañana siguiente a los hechos, fue él quien la consoló y le dijo que no denunciara porque el revuelo sería mayor, fue el párroco de San Blas quien le dijo que esperara acontecimientos y que Dios en su infinita bondad la había hecho pasar por esta prueba por algo. También le recomendó estar vigilante en sus caminatas y que a partir de ese momento fuera a altagracia con su perro, con Pirraca, un mil leches descomunal que ladraba como un demonio y pegaba buenas dentelladas a los intrusos, que con malos fines querían entrar en la casa parroquial. Nadie se extrañaría en un primer momento de que se hiciera acompañar en sus caminatas por Pirraca, pues Matilde adoraba a los animales y el mil leches sentía debilidad por ella.
Altagracia estaba a unos tres kilómetros de la última casa de la Calle Real, calle en la que estaba la plazoleta de la Iglesia de San Blas y la casa parroquial, con lo cual nada a trasmano caía recoger al perro, para ir a rezar los rosarios de rigor.
Como precaución también Don Rafael, le entregó a Matilde la llave del camarín, para que rezara encerrada en él. Con todas estas cautelas y tras la advertencia y bronca a Gervasio, que el curita le había propinado tras hacerlo llamar a la casa parroquial a la hora de la siesta, cuando menos gente hay en la Calle Real y por tanto menos alcahuetas fisgando para propagar chismes. El joven cura no violaba ningún secreto de confesión, al amenazar al monstruo que había ultrajado a la niñita, pues El Jabalí Cabreao, sabía mejor que nadie lo ocurrido y por tanto no había secreto que propagar.


martes, 4 de junio de 2019

La Estirpe del Cetro y el Orbe. El papel pautado


En estos tiempos tan volátiles y de volatineros, no hay nada más estable que los linajes. No hay nada más laborioso que la construcción de un legado, que el abnegado sacrificio de las directrices que marca heredar para acrecentar y volver a legar.
Sólo los que cifran su éxito en su persona, no estiman este constructo humano, que se revela contra la pulsión natural y de modo alambicado trenza trayectoria que van más allá del individuo, forjando estirpes y naciones. Destinados desde la cuna y acunados con las directrices del marcado destino. En el seno de una estirpe se nace, pero sin el férreo inculcar todo se desbarata en segundo, por que no lo dudes, siempre son los segundos los que reclaman el sitio del primero en preeminencia y orden. Y el primero es primero por marcado  y consuetudinario orden.
No es la ley del más fuerte la que rige la estirpe, la que domina la sangre. Es la ley de la primogenitura la que doblega la pelea de gallos de corral y antepone la formación a la bravucona hombría.
Predispuestos, primeros entre iguales, formados para asir riendas, para no desclasarse, para supeditar instintos y casar sin amor para amasar y juntar fortuna. Desafortunados Reyes que en sus manos tienen el cetro y el orbe.
La humanidad lo sabe, el hombre primitivo nada vale, sólo vale la férrea cárcel del que asume el rol impuesto y el que entre barrotes dorados transmite estatus, lega cárcel, lega e inocula dictados.
Un pueblo no es la tierra que pisa, es el general que enarbola su bandera, es el apellido que retumba en el recuerdo compartido, en las hazañas. Sin Rey no hay reino, sin reino no hay patria, sin memoria todo naufraga.
Pierde la cabeza quien cree que llegarán tiempos sin directrices y que en las repúblicas cualquiera manda. Esos son los pensamientos del mondo que cifra su éxito en una vida, y vive ansiando suertes esquivas y que en la revoltura le sonría la fortuna, una preeminencia que por su falta de larga estrategia, a su padre y a él, les dio la espalda.
Por eso es tan importante el papel pautado. Sin pautas no hay legado.

Gervasio Valiente Tizón


Era una pasión animal la que movía a El Jabalí Cabreao, al ser primario que moraba en el fornido cuerpo de morlaco que cuando estaba borracho envestía putas en la calle oscura del Medral. Gervasio Valiente Tizón, era de natural agrio, era de natural siniestro, burro, de apariencia muy primaria, de porte descomunal, de envergadura ancha. Sus manos grandes y recias, sus hábitos muy básicos y su vocabulario parco y tendente al mugido o al rebuzno. Era un gran animal con mirada de cordero, sólo sus ojos te transmitían humanidad, te transmitían mucho cabreo, mucha ofuscación, mucha tristeza. Gervasio era una bestia incomprendida y sin civilizar. Sólo un año estuvo en la escuela y calo poco en su dura mollera, muy pronto lo mandó su padre a cuidar cabras, apenas tenía siete años y lo forzaron a estar solo en la sierra, con la única compañía de un mastín y su centenar de cabras. Creció indómito, huraño, sin palabras para expresar sus pensamientos y las contradicciones de sus instintos.

lunes, 3 de junio de 2019

La preñez de La Rezantera


Matilde era un blanco fácil, sus caminatas a la ermita a rezar, la convertían en una presa probable. Gervasio la forzó en la ermita, cuando la muchacha rezaba unos rosarios para que sanara La Mielera, la nieta del Tío Charandel. La muchacha Rezantera, estaba abstraída en el banco de alante, cuando El Jabalí Cabreao le tapó la boca y la tiró al suelo, tras decirle que si se resistía la mataba, le arrancó las bragas tras levantarle el vestido y allí delante de Nuestra Señora de Altagracia la desfloro, entre lloros, gimiqueos sordos y susurradas avemarías. Matilde tenía sólo quince años y lo ocurrido era tan grande, que se lo guardó para ella y nada más se desahogo cuando se confesó con el cura de San Blas.
Nada más empezó a percibirse su preñez, su padre con una monumental bronca la echó de casa, sin ser consciente de que arrojaba a la calle a la gallina de los huevos de oro, su principal fuente de ingresos, a la niñita que siempre volvía de sus rosarios, con monedas en los bolsillos o con una cesta con modestos presentes de algún vecino agradecido por sus intercesiones.
Serapio cuando quiso recular de su brutal desahogo ya era tarde, la niña preñada ya había sido recogida por El Luengo, y contra Don Jonás nada se podía hacer. Habían perdido a La Rezantera y con ella todos sus emolumentos.

domingo, 2 de junio de 2019

La Rezantera, el Jabalí Cabreao y Jonás


Como pesan los ancestros en el mundo rural, como pesan las rencillas asentadas, rancias. Pesan tanto como los motes que te colocan nada más tropezar por primera vez.
Es muy angosto el ingenio es estos cortos y mediocres secarrales de caridad. Corroblas prestas a tildar y entre ellas en las ausencias tildarse. Risas a las espaldas, risas y crueles mofas cuando no estás presente. Lenguas viperinas que encuentran regocijo en calumniar.
Matilde Sarmiento, apodada desde muy niña como La Rezantera, si por algo despuntó en su vida, fue por ser un poco bobalicona y mística. El sambenito del mote le cayó pronto, pues se significaba Matilde, por un fervor desmedido a la Virgen de Altagracia, fervor exacerbado en el mes de mayo, y explicitado en las largas caminatas diarias hasta la ermita en ese mariano mes.
La Rezantera, tras ser tildada de este modo, se abandonó a ese destino trazado desde las maledicentes lenguas de las despelleja corderos, cuatro arpías tiznadas, que para tapar sus tachas, aventaban trapos sucios en la puerta del evangelio de la Iglesia de San Blas. Matilde enseguida fue considerada propicia intercesora ante María, ante el Altísimo y ante todos los Santos. Requiriendo su presencia de modo remunerado; en los velorios, en los funerales, y en las misas de gracia e intercesión. Realmente fue tal su fama, que fue llevada con este fin a velorios y a lechos de muerte en la capital.
Queda explicitada la capacidad que tiene la burla para trazar destinos, para abocar a los ingenuos a seguir un camino. Es difícil e infructuoso desprenderse en estos pequeños infiernos de los apelativos crueles. Aunque siempre se dan los casos como el de La Rezantera, que trazó y abrazo de tal modo su mote, que terminó rezando y pidiendo por la salvación del alma de las cuatro crueles maledicentes chismosas, que con burlas la bautizaron en la Plaza de Tonel, con el único fin cruel, de convertir a la niña en objeto de chanza.
Matilde nunca se casó, su candidez no daba para eso, pero si quedo en cinta y tuvo un hijo, un hijo bastardo, pero esa conducta en el pueblo, nadie se la afeo, más bien fue entendida como fruto de su ingenuidad y de su bobalicón carácter. Y sobre todo fue entendido porque el aura que se creó en torno a su capacidad intercesora impedía criticarla y forzaba a entender este desliz como designio divino y no como pecaminoso accidente.
El hijo de La Rezantera, no salió a ella, salió al desalmado que la forzó, apostillando aún más su imagen de desvalida y frágil, que no lo había concebido por fornicio, sino por modos violentos, modos que ella sólo denunció en confesión a Don Rafael.
Ismaelito pronto heredó el sobrenombre de su padre, el hijo del Jabalí Cabreao. Era igualito que él y tenía el mismo endemoniado carácter.
El Luengo, Don Jonás Luengo de Zárate, desde que Matilde se convirtió en La Rezantera, se erigió en su protector, en el valedor de la desvalida niña de los prodigios, valedor de la niña que con sus rosarios obraba sanaciones. Jonás también la amparo de la maledicencia cuando se preño y la recogió en su casa, en el vetusto caserón de la Calle Real. Los Luengo de Zárate eran pesos pesados en el pequeño cosmos de Ruanes, suyas eran las primeras filas y eran un linaje sin motes. Nadie osaría chancearse de El Luengo, dueño y señor de medio pueblo.