Su vivir era peregrino y las visitas y sus meriendas su sustento.
No saben bien como terminaron así.
Desde pequeñas les fascinaron las manchas y jugaban a ver en ellas una nueva realidad. Era una comunicación fluida entre su discurso fácil y el moho, el caliche del suelo, los desconchones en la pared o el amarilleo de un mantel.
Empezaron en casa muy niñas leyendo como quien lee un libro las humedades del viejo papel pintado, las manchas entre arabescos, hojarascas y pájaros de aquel victoriano papel ingles.
Mama siempre lo achaco a su ensimismamiento y autosuficiencia, eran amigas de si mismas, compañeras, confidentes, hermanas amantísimas.
Lo que decían no era exactamente adivinación, solo era una narrativa premonitoria con sentido, eran orientaciones vagas y alambicadas de pura lógica y de conocer muy bien las necesidades interiores del hombre, se diría que eran expertas en captar desasosiegos.
Luisa e Isabel, sabían bien lo que era ser una mancha en la familia, aunque queridas y mimadas ser siamesas no fue fácil en un mundo de normalidad.
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