Observo revistas de tendencias.
Y veo las maquilladas ojeras de la belleza del hambre.
El hambre de la ociosidad de un mundo de demasías.
Son los trastornos del primer mundo.
Veo un pelo raído, redensificado y empotingado para estar a la última.
A la última ocurrencia de un obtuso diseñador.
Que salto a la fama tras mamársela a algún prócer patrio.
A alguien ávido de carne fresca de hombre.
A alguien que critica en la palestra lo que el hace en la siniestra.
A alguien que no encuentra en su ya marchito tálamo y en su senecta y multimillonaria esposa la lujuria que le mueve atraicionar todos los valores que con estridente cacareo difunde.
Males del acomodo, de la molicie y el excedente.
Plusvalías del capital.
Vicios secretos de yet set.
Siempre posando del lado bueno.
Siempre enseñando la patita enharinada.
siempre sonriendo a pesar del dolor.
Siempre mostrando la agresiva y pulcrísima fila de interminables dientes de porcelana cegadora.
Hojeo y veo adolescentes lolitas que intentan hacer creer que su frescura se debe a los caros ungüentos.
Cebos para octogenarias ajadas que no saben como reverdecer sin ir a Lourdes.
Laberintos de trastornada estética.
De muy laxa ética.
De aburrimientos inoculados.
y de creada necesidad de buscar nuevos y aberrantes placeres.
Carnes de quirófano y de tanatoplasia.
Fiestas alambicadas rozando lo delictivo.
Rozando la pedofilia.
Rozándose con todo lo que esta al alcance, sea o no sea prohibido.
Discreto encanto de putrefacta burguesía.
Amoral desafección a lo que te dio natura.
Cortinas rojas, rojos salones, decorados falsos y muchas luces que en el cegar nos impidan ver la tramoya, la trastienda, los sórdidos camerinos y las puertas de atrás que dan directamente al deposito de cadáveres.
Ese es el mundo que los simples mortales envidiamos, porque no sabemos como es.
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