Que grande es la palabra lealtad, pero que poquitos con franqueza la abrazan.
Ser leal, no es servilismo, no es seguidismo, no es soflama, ni cacerolada inoportuna, ni desmedida jarana de aplausos que no respeta el luto.
La lealtad no es una mordaza, ni una brida, ni una albarda. La lealtad es un remar en la barca común, en la dirección correcta. Pero el leal, nunca rema hacia el precipicio.
Ser leal, no es ser memo, no es permanecer impasible e indolente, ante la deslealtad de quien lealtad demanda.
Ser leal es un entente, no es una rendición, es un acuerdo, no es vasallaje, ni pleitesía.
De desleales, a los valores más elementales que conforman nuestra democracia, está llena la primera fila, de los que por ineptitud y prepotencia, sacrifican y desprecian la vida de los que levantaron esta Patria, solar de todos, solar sudado y común. Pero nunca solal excluyente y guerracivilista, de bandos y de satrapías zafias. Sólo se es grande, estando unidos, remando juntos, arremangandose, pero remando hacia la salvación, hacia el horizonte, no hacia el mezquino sectarismo capitaneado por el desleal que plagia, por un narciso ridiculo, henchido de ínfulas y con la carita marcada por las cacarañas, que son las mismas que tiene en su amoral y rastrera alma.