Medea del Monte Olimpo.
De los pájaros ojos libadores de intimas caricias.
Medea del Monte Hermoso.
De las torres altivas que vigilan el llano.
De las manos llenas de hilos de oro.
Dama de los peces que veloces surcan nacarados mares.
Nieta de Helios.
Embaucadora de serpientes.
Nieta de los rayos multicolores del talento.
Nieta del Sol.
Y de las potencias, que fulgurantes coronan tu testa.
Hechicera de las brumas.
De los castillos roqueños,
de la cárcel de los anhelos.
Del polvo abrasador,
que se agarra a la garganta del soldado necio.
Bruja lunática y alunada.
Sibila de los reflejos y el volátil fuego.
Víctima de un hechizo,
del hechizo que es tener como faro a Jasón.
Mar de sargazos.
Azogada estrella,
de fatídico destino.
Mártir sin tregua,
nimbada de estrategia.
Calculadora y bella.
No hay guerra que no avive tu colosal ingenio.
Te apiadaste de Jasón.
De su insigne torso.
De su fornido brío.
Del poder hercúleo
que tú, multiplicaste en él,
con tus maleficios.
Tu araste en él,
con la clarividencia,
de tu herido tesón,
del borbotón carmesí de la lanzada de la pasión.
del nido de viboras que dominaban tu pecho.
Te conmovió la Isla de los Pájaros,
el flanco vulnerable que atiende afectos,
sino exclusivo de excelsos y magnánimos.
Cornada de toro manso.
de corniveleta lid,
Medea, te asaeteó Eros,
y con el arrojo que da la niebla de amar,
burlaste a la serpiente que jamás duerme,
porque la pasión nunca descansa y es también insonne,
construyendo para el amado,
mil puentes.
Sin ti los argonautas jamás hubieran sorteado el abismo.
Monte de dichas y desdichas,
de lágrimas fértiles,
de espinosos chaparros,
donde anida la alondra de tu bajo vientre.
Las alas de zarzas que te dio el río del destino
sólo te permitieron volar rasante.
No es somero el surco del arado de los bueyes de fuego,
que Jason,
domino con tu destreza de tu alta cuna,
con el poder de tu calentura.
No es somero el lago negro de tu desdicha,
donde los rojos corales pierden su ira.
Hechicera del Monte Hermoso,
de las cimas de la gloria,
del inframundo y la pena,
del enredo y la puñalada de próximo,
clavada de forma certera, precisa,
como mortal y quirúrgico estilete..
Víctima de la vendetta y la calumnia,
de los pueblos patrios,
de las patrias nuevas,
de una parentela con ansia de corona,
de unas coronas que niegan y reniegan
coronar la altivez de tu magnífica testa.
Delfos y su oráculo te abandonaron
a la suerte de la perniciosa patraña.
Reina, cómplice de las muertes de tu sangre,
de tu traidor hermano,
que quería truncar tu esforzada mala fortuna.
Tu espejo se quebró, en el poderoso tálamo.
Lecho,
Vellocino de Oro,
en el que entregastes tu doncellez,
a quien hizo bramar el león tu henchido pecho.
Latidos purpúreos de terso desvelo.
Red de promesas negras,
velo de negro luto.
Por amor desangrante a Talos.
Sólo por amor.
Por amor abrasaste a Creúsa
y a su devoto padre.
Pira de fatalidad que quebró la antracita de tus ojos de fuego.
Nada más que por amar.
Sólo por amor inmolastes a tus hijos.
al fruto de tu vientre,
a los vástagos de tus entrañas,
del almíbar de tu entrepierna,
ese que un día idolatro Jasón.
Inmolaste lo que él, más amaba.
Sacrificaste su descendencia.
Por la jerarquía que impone
el aguijón del ingrato amado,
el guerrero que incumple promesas.
Por amor te condenaste.
Por necio y ciego amor.
Porque el amor,
hizo añicos, tu poder y autosuficiencia.
La primacía de tu linaje y tu clarividencia.
Y huyendo de las piedras,
las que lanzaban manos viles,
las manos serviles azuzadas por la rastrera envidia.
Las serpientes aladas te llevaron por los aires,
herida de celos,
para salvarte.
Fue el Sol,
del que eres nieta,
quién puso su mano delante de tu amante pulso,
delante de ese amor profundo y traicionado,
que colmó las velas de tu navi para surcar los mares y tu
errar sangriento por mil lugares.
desterrada y acogida
con alaracas y estrépito,
con zahinidad y saña.
Y tu paz llegó,
tras abrazar en los Campos Elíseos,
rodeada de hipocampos y libérrimos carneros,
la inmensa y oceánica eternidad.
Medea del Monte Hermoso,
madre de Medo,
Reina de Atenas,
Reina huida,
encantadora de aspid,
que sólo al morir,
logró el sosiego,
la tranquilidad que le negó el ciego arquero,
que no le menguó con su dardo,
ni un ápice de su inconmensurable bravura.
Del Monte Hermoso y la tierra yerma donde vive el dragón de siete cabezas.