sábado, 10 de marzo de 2018

Alejandro Pionio


El Barón de Arcoverde, Alejandro de Valemont, era un bastardo reconocido en su lecho de muerte por el pusilánime y veleidoso, Vidiciano de Valemont-Martel y Socorro de Turín.
Alejandro supo de su origen, de quien era hijo natural, tres días antes de la muerte de aquel extraño señor que se esfumaba entre enormes y blancos almohadones. Le fueron a buscar al Arrabal de San Constantino, le condujeron a aquella casona de la orilla derecha del río, entró por el embarcadero de la mansión, en la barca que le recogió en el Malecón de Mustios. Era la primera vez que pisaba una alfombra y sentía esa sensación en sus descalzos pies. Alejandro Pionio, tenía once años y nunca había salido del Arrabal que le vio nacer. Para aquel niño parduzco y escarchado de salitre, todo era nuevo, extraño, limpio, brillante.
La muerte nos fuerza a actuar con urgencia, y con urgencia amarramos el futuro sin nuestra presencia, a quien tiene nuestra sangre.

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