sábado, 14 de octubre de 2017
Anorexia
Es inevitable no ser víctima de la vanidad, del narcisismo que nos vende el éxito social.
Ayunadores místicos, cuerpos famelizados para encajar en las tallas del triunfo.
No es una locura, es un inoculado veneno, un tóxico canon, camino maldito que cuando comenzamos a transitar nos aleja cada vez más del éxito perseguido.
Hambre física, que falazmente eleva un espíritu atormentado, camino de vertiginosos precipicios de tristeza y aislamiento.
Siempre entre bambalinas está el dolor del rechazo, el señalamiento, o la obsesión por no ser señalados.
Estándares de belleza malditos en los que la efímera juventud que perseguimos se esfuma en una cadavérica evanescencia de vacío y ausencia.
A veces el autocontrol es la peor de las cárceles, a veces buscando la belleza entramos en los cuartos del horror, en la asexualidad de una eterna e imposible adolescencia, en una androginia negada a la mayoría de los mortales.
Cárcel en la que sentimos que nuestros afectos son nuestros verdugos, son los crueles carceleros que quieren solamente que nos alimentemos.
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