sábado, 27 de noviembre de 2021

Isabel Torres, Reina de Corazones y de los broncíneos canes de la Plaza de la Catedral




Erase una Reina, que estaba encarcelada en el pecho de un infante, una Reina escondida, que luchaba por salir y sobrevivir. 
Nada más nacer el niño, afloraron en él, mil gracias. Mil gracias que le recomendaban reprimir, mil ademanes de Reina, que no sabía contener. No es fácil nacer con ese brío, que en el pecho se desbosca y que como soberbio auriga, guía la cuadriga de nuestra vida, sorteando los acantilados mortales de las habladurías, sorteando los pantanos del miedo de nuestros afectos, esos que de tanto querernos con infinita locura, piensan que somos barro en sus manos, subestimando el imperial brío que habita nuestro corazón e impregna indómito todo nuestro ser.
Pero la fiera paloma que aleteaba en el regazo del infante, para defender su existencia y su vida, se torno águila fiera, que defendió ademanes y melifluas maneras, con las garras, la fuerza y la bravura que da buscar y perseguir la propia existencia y la felicidad.
Y el infante, que veía en los espejos a su Reina, consiguió tras muchísimos avatares, que la bellísima Reina atravesara el espejo y fuera una Reina mortal entre los mortales.
Y la Reina tuvo suerte, y el infante tuvo mucha suerte, ambos tuvieron la suerte que les sorteó el loco auriga, en la carrera de zancadillas que es vivir, la complica, e injusta a veces, vida. El loco auriga peleó la victoria para el pecho, la peleó para el corazón enorme, que latía en el noble alma de aquella Reina, que nació infante, de aquella Reina, que consiguió con tesón, su mundana corona y un titulo expedido por un juez, que la declaraba oficialmente, Reina de Corazones, Reina de enorme corazón. 
Y así, ya Reina, ya la liberaba de la crisálida del infante, de aquel cuerpo, que durante muchos años encerró la torrencialidad de aquel río de talento, que era aquella bella y encarcelada Reina.  Y así, cuando asumió la belleza de su nuevo ser, en la Plaza de la Catedral y del Ayuntamiento y en presencia de los broncíneos canes que la vieron nacer, fue coronada, en el reino que era su Isla, y subió al trono con el nombre de Isabel. 


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