Primero fue la palabra, lluvia mezquina de improperios.
Rápido, de seguido llegó la mano levantada y amenazante y el dedo señalador.
Sin pausa esa mano blandió machete y mató a mis reses, degolló a mis ocas, apaleo a mis gallinas, enveneno mis charcas.
Sin pausa destrozó mis bienes, quemo mis montes, y marco con la sangre de mi ganado mi puerta.
Consentido lo primero, llega lo segundo, arriba lo tercero.
Eso no es libertad aunque la marea de cretinos así lo cacaree.
Eso no es democracia, por mucho que lo griten los antidemocratas.
Primero siempre es la palabra, la mofa, la vejación fácil.
Primero es el vacío, luego siempre en escorrentía llega el baño de sangre.
Hordas iletradas de modernos sectarios, de crecidos zamarros en el verbo cortante.
Lo primero debería ser mamar respeto, mamar cultura, mamar empatía.
Siempre falla lo primero o lo primerísimo.
Falla el hogar, que agrio alimenta con miasmas, a una prole que será incontenible riada de odios.
Consentimos tanto, que cuando queremos dejar de hacerlo es tarde, porque la batalla campal, empezó ayer.