La muerte es escandalosa, entra con aspavientos en las salas y llama al viento de la tristeza.
La pureza sólo puede ser forzada, jamás se inmola en el altar del vicio, sin ser violentada.
Fogonazos son los instantes, bellísimas llamaradas que sólo acontecen una vez.
Palabras de vida, que una vez plasmadas, son ciclópeos guijarros en el camino del pasado, que no podemos ya mover.
Se torna áspera mi mano, mientras vive lunas de soledad, mientras faena en los mares de los salinos caprichos.
La muerte es escandalosa, irrumpe en las fiestas sin ser invitada y laboriosa anega hasta las más bellas estancias.
Yacer es ir muriendo, ir sembrando, ir fingiendo, es transacción de hambre, de angustia y desdicha.
Plenos por un instantes, acicalados por el rubor de la gesta, por esa lucha fratricida con las quijadas de asno que nos regala la envidia.
Soy yo quien todo lo teme, soy yo el que soporta esta lluvia, el que tiene negado guarecerse.
Mi mano es ya áspera y el brillo celeste de mi mirada de gloria se llena de líquenes con esta perenne batalla.
Es imposible prohibir a la riada que quiera ir a morir en el mar.