Narcisismo ilustrado, es el síndrome propiciado por las nuevas guerras, por las batallas aparentemente pacificas de un mundo saturado de imagenes.
Ya no escribimos diarios, nos retratamos y subimos estados, estados que exhibimos a todos los vientos, que dejamos que los vientos esparzan y siembren con la imagen del día todo el llano.
Torres de ensimismamiento, de fiebres y calenturas, de pedantería y candidez, de soberbia y altanería, de complejos.
Estados que son un libelo, que quieren generar melifluas empatías. Estados de torridez, de poses alambicadas. Estados que remedan los envidiados y seguidos estados.
Tiempos para seguir y ser seguidos, para pulsar corazones y sumar adeptos a nuestro culto narciso e iniciático.
Selfies, para crear un personaje, para generar una visión. Autofotos teatrales para percibirnos en el lago de la uniformidad y enamorarnos de nuestro reflejo, ese reflejo que es el ilustrado mundo de la sensible pantalla en la que palpita nuestro ego y nuestro pequeño y frágil corazón.