El remotos turrón se pegaba a mis dedos, a pesar de la oblea.
Días de empalagoso afecto, de azúcar y triste hiel.
Días en los que una minúscula china en el bello zapato, convierte nuestro altivo caminar, en un suplicio.
Nadie sabe lo que sufro, y nadie nunca lo sabrá. Pregonar mi pesar, sería como miel en la boca del asno, no lo sabrían, ni entender, ni paladear.
Llueve en la calle de las luces que tililan, en la calle vacía, en la intemperie.
Gracias al tirano, ya no nos tenemos que besar.
A pesar de que soy muy de incumplir decretos, este, gustoso, escrupulosamente lo cumplo.