Huele a infierno, a macerado infierno, a arrasador invierno de desafectos, de alcohol, de bullir sin sentido, de hambre por sentir la grácil caricia de un ángel.
Huele a lluvia, a fiebre, a soledad y miseria.
Ya no tengo nada, salvo los fríos brillos de la urraca, cristalitos cortantes que con su brillar me desangran.