Desenredar la red de mentiras, que se traza desde el despachito, desde la encumbrada mediocridad, encumbrada por mediocres, no es fácil, tampoco difícil, es sólo agotador. Es, una lenta y larga batalla en solitario, porque nadie es lo suficientemente valiente, para publicamente secundar la lucha que tu mantienes, contra tanta bastardía, contra tanto nuciente bicho, contra tanto parásito. Desenredar la red clientelar, la red que recrece derechos a algunos, a los afines, a costa de menguárselos a otros.
Sin códigos éticos, sin moral, todo está bien, la ley se infringe, se vulnera, se delinque. Mediocres crecidos en las cunetas, elegidos al azar, sin verbo, expertos en el exabrupto. cabezas tocadas por el trapo del polvo, cabezas incendiadas por la vulgar potasa, bocas desdentadas que con la vulgaridad de un aberroncho, vomitan maldades, bilis, envidia.
Desenredar la red de maldad, la remostosa urdimbre, donde las moscas hediondas quedan pegadas, por obra y gracia de la alienante red clientelar.
Estar solo, en este anodino paramo de garrapatas, no es nada malo, no es una condena, al revés, es un estado de gracia, un gratificante estado de pureza, es nieve virgen que ningún zafio pisotea. Solo y feliz, juego, diezmando fichas negras, devorando peones, torres, alfiles, reinas, asediando al rey que se se esconde en su despachito angosto, en la confusión de su mente estrecha, en su enorme desierto de ignorancia y inferioridad.
Acorralados en su abultado número, acorralados en su bosque de fechorías, en la regatera donde perdieron la virginidad.
Estoy solo, pero nunca estoy mal acompañado.
Con Dios, me acuesto.
Con Dios, me levanto.
Con la Virgen María y el Espíritu Santo.