la luz de primavera
con los arabescos
de los visillos
de mis ventanas,
enreda con chinesca furia,
sombras fatuas de dragones
que hieren mi tranquilidad.
Que estúpido soy
tropezando otra vez
y destrozando mi corazón
en la zafiedad de tu desamor.
Arde la calle llena de color,
de rosas de hiel.
Arde el aire
y me abraso yo
en la cólera de mi desdicha.
Destellos de espinelas,
de anacarados orientes,
brillos sin calor.
El tesón no rinde
ciudadelas negadas.
El empeño no vence
al desdén.
Amarga amar y no tener.
Amarga amar y perder.
Sucio polvo gris
que opaca la hiriente luz,
la hiriente claridad,
la hiriente primavera
de mi estanqueidad.
Llamas de enorme infierno.