viernes, 17 de julio de 2020

Espinoso recuerdo


La palabra puede mentir, la mirada no.
Los envenenados vocablos hieren, pero nunca rematan.
Es la perfida pupila la que asesta la mortal puñalada.
Son múltiples las desdichas, múltiples los amores imaginados.
Miradas que ni nos rozan, porque nosotros no somos su blanco.
Transcurrido el instante, todo es espinoso recuerdo.

Cuerpos estúpidos, cuerpos de imbéciles


Es una estrategia recurrente del imbécil, tatuar en su cuerpo idioteces.
Si grabaran en su mente frases, no serían felices, pero le ahorrarían a su cuerpo, mil tatuadas estupideces.

¿Qué es el dolor?
sino gélido desprecio,
en el calor asfixiante del verano.
Me abraza la soledad de modo perenne.
Me mece la aturdidora ira de mis días infelices.
Abrazo desdichas y sonrío.
Sonrío a la crueldad del necio.
Dispenso gratitud al dardo de la envidia.
Me dejo zaherir por la zahinidad del mediocre que está próximo.
Vericuetos de alma sucia,
que me aguijonea
desde la ignominia de la otorgada corta distancia.
Volver a creer es letal.

Agotamiento


Es muy extraño morir entre las sonrisas de los próximos,
en el erial de su extrañamiento,
en la tóxica frialdad de sus frases de conmiseración,
hacia lo que no abarcan,
hacia el mar en el que tu furia les ahoga.
Ser sublime mata, estrangula.
Ser discordante enfurece,
y despierta la tormenta del odio al disidente.
Raras avis,
que se cansan
de ser ave fenix,
y deciden por agotamiento
desaparecer.

Arena


Son demasiado sencillos los asuntos complejos.
Aparente facilidad que obnubila a los necios.
Torre basáltica que criba imbeciles.
Desde el amor es fácil mentir.
No me mires, que si me miras, puedes mentirme.
Todo sigue y el imprescindible no existe.
Reinas sin reino, faros sin mar.
El océano todo lo puede,
todo lo anega,
todo lo borra,
testamentos en la arena,
que borra la pleamar.
Nada existe si el amor ha decidido olvidar.
El infinito no existe, es un paranoico estado de nuestra egocéntrica mente.
Torre de virtudes inexistente.

martes, 14 de julio de 2020

De rodillas


Los indelebles sabores etéreos.
Son el martirio de los días postrimeros.
El perenne regusto, 
que enturbia los momentos sin brío.
Las fauces del cocodrilo, 
que con presteza devora los postrantes segundos.
De rodillas gime el aroma, 
cercado por el frío sudor de la sombra.
 

Bólidos sin pereza


El infierno genera velocidad,
buscar el amor vértigo.
El calor,
es perderse en el abismo de la mirada deseada.
Asteroides que brillan con el roce,
y son fuego al colisionar.
Labios de palabras sublimes y malditas.
Corazones,
que al latir al unísono,
son un volcán.
El infierno acaba con el invierno.
No siento vértigo,
si en tus brazos, padezco la velocidad.
Soy un jardín,
que ha sobrevivido
a las llamas del amor.
Bólidos sin pereza,
diligentes cometas.

miércoles, 8 de julio de 2020

Pelos de tormenta


Pelos de tormenta, era de melena pobre, pero muy atusada. Óscar, siempre hizo lo que pudo, para componer aquella raquítica urdimbre, donde los difuntos pelos enmarañados con los aún vivos, conformaban una absurda cabellera. Aquella pobreza, para ocultar aquella carencia, aquella rala melena, que menguaba con las lunas y no se reponía ni tan siquiera un poco, con los soles del iracundo verano.
Atusar aquella vampírica pobreza atormentaba los sueños de Os, las lunas y los soles del irredento sarasa de Momelín, del cretino alfeñique que imaginaba brillar en un Olimpo, que no le correspondía ni por ingenio o talento, ni por ralea o casa.

La trastienda


El placer, habita en el compartimento oculto y estanco, que escapa al control de la razón.
No es lo conveniente lo que me hace vibrar, es más bien lo inconveniente lo que cimbrea mis instintos.
Gloria pacata que embriaga, la catástrofe de mis horas.
No temo el martirio, temo no merecerlo, no habérmelo ganado, en la alcoba del vil fornicio.

domingo, 5 de julio de 2020

Nunca


Nunca fue mi máxima perder.
Nunca sin pelear abandone ninguna plaza.
Nunca me he rendido.
Jamás he dejado que me venza la desesperación.
El Paraclito, jamás abandona al cordero que sitian las zarzas.

viernes, 3 de julio de 2020

Nica Salces


Todos edulcoramos el infierno de nuestro pasado, la hediondez de los días que nos vieron nacer, la falta de recursos de nuestra casa, la estrechez de miras de nuestros progenitores, su cortedad mental, su vulgar vicio por lo vulgar, sus nulas aspiraciones por salir del pozo de infecta amoralidad donde nos concibieron, donde nos gestaron, en el que nos arrearon las primeras ostias, los primeros e indelebles correazos.
No lo contamos todo, no contamos casi nada, casi todo lo anegamos en el extraño almíbar de la insana pulsión de idealizar a la ralea de la que procedes, y exculpar y borrar sus atroces delitos, el atroz delito de que no te legaron nada, salvo una invisible roña que no se esfuma ni con los más caros perfumes. Y si le dejaron algo a Nica, era el empeño obsesivo por borrar el rastro del cordón umbilical, que la unía y ataba a su zarrapastrosa casa.
Habían pasado muchos años desde que se floreo por última vez en el pueblo Nicasia. Nica, como se hacía llamar ahora, como la llamaba la prensa, como aparecía en el Hola. Nica Salces, había corrido un tupido velo sobre sus orígenes, había elidido todo sobre sus primeros e imborrables días en Cabesto. Había sepultado el infierno que fue nacer sarasa, en su pueblo y en su casta.

Quién garabateo en tu vida antes que yo


Pierdo la noción del tiempo, leyendo los desatinos de tu piel.
Leyendo el infierno de tus malos días, tus entradas y salidas de presidio.
Garabatos malditos que retratan tu furia de corcel.
Enigmas, que esconden el tormento, de tus carceleras noches.
Juego a leer y acariciar esas cicatrices violáceas, esas tintas terribles, esos galones, que jalonan tu piel.
Versos en la media noche, pájaros heridos, leones rampantes, flamígeros corazones.

Me atormento pensando.
¿Quién garabateó en tu vida antes que yo?

jueves, 2 de julio de 2020

Marita y el fuego


Cuando entraba en casa, y cerraba tras de sí la puerta, todo era bochorno, todo era calor. Con él, entraba el infierno. Mamá, no soportaba su olor a vinazo, no soportaba aquellos pelos rubios en su chaqueta, aquel olor a tabaco y a zorra, macerado en alcohol.
Marita, cuando se desataba la tormenta, se quedaba inmóvil, paralizada, petrificada como una roca que acaba de expulsar un volcán, le ardían las sienes, le escocían los ojos y comenzaba a sudar, a llorar, y terminaba por mearse encima, mojándose las bragas, los zapatos y formando un charco en torno a ella, en aquel suelo geométrico de baldosas victorianas. Allí permanecía inmóvil, hasta que la sacaba de su ensimismamiento, la brutalidad de su madre, que con la palma abierta y con saña, descargaba la frustración con su padre, en su fragilidad de niña herida, por aquella tragedia que el destino le había impuesto, soportar la relación infernal de sus progenitores. Marita, no retornaba de modo rápido de aquel estado y tras la primera solía llegar una segunda bofetada y a veces una tercera, hasta que la niña prendía a correr pasillo adelante, hasta encerrarse en el baño. Allí, Marita, se arrancaba la ropa y desabrochando las hebillas se quitaba los zapatos, y ya desnuda, se metía en la ducha, para que el agua helada, sofocara aquel calor.

Nieve


Enquistado por las nieves perpetuas de mi ensimismamiento.
Son mis lacerados ojos lo que perciben este dañino invierno.
Cegador es tanto blanco níveo, tanta llanura domada y suavizada, en su abrupto dolor, por el gélido aliento de la tragedia.
Nunca creí en ti, en tu artificial y álgida sonrisa de necedad.
No duran las proezas si las escribes en la nieve.
No hay floración en las blancas cumbres del olvido.
Imposible referenciar, la pureza, en este desierto de frialdad.
Gélido, álgido, níveo, me interesa que sigais existiendo, pero no sé como os voy a legar.

miércoles, 1 de julio de 2020

Nos ametralla el tiempo


Nos ametralla, el tiempo, volando.
Gorriones heridos.
Infantes que ya jamás alzarán el vuelo.
Enzarzados, en las manos laboriosas que tejen desdichas.
Elevados ideales de las altas tapias.
No quiero ser como él.
Nunca seremos iguales.
Ni siquiera seremos pájaros libres.
Vivir, en este mercado, amputa las alas. 
Y los cándidos ruiseñores, lo saben.