domingo, 1 de julio de 2018

Apenas dos kilómetros y medio


Apenas dos kilómetros y medio separaban la casa de Milagros Maqueda y la Villa Colorá de Doña Benita Postuero. Apenas una enorme recta adoquinada, que atravesaba el Arrabal y se adentraba en los pinares. Pero la distancia mayor, es que eran dos mundos, dos esferas que se rozan, pero no se mezclan. En el Arrabal todos comían del mismo plato, se podía correr por las calles de barro y arena, las manos iban y venían a todas partes, sin pasar por el agua. Aquí en la Casa de los Faustos, nada se tocaba sin lavarse, incluso algunas cosas se tocaban con guantes, con unos guantes blancos de algodón, que impedían manchar y dejar huellas. Dos mundos, uno el abandonado y el otro el nuevo, el que estaba comenzando a disfrutar.
Gudena, llevaba sintiendo o preparándose para el cambio, no para la radical fortuna que estaba experimentando, para lo que sabía que ocurriría tras parir a su bastardo, ella ya sabía que nada volvería a ser igual que antes.
Desde que llegó, como ama de cría a la finca, no le faltó de nada, salvo la libertad de correr por las calles y por los arenales, le faltaban las escapadas a los establos y sentir el agua salada y el sol de la playa.
Estar morena, a partir de su entrada en la casa era vulgar. Quemaron sus harapos limpios de Aceituno Maqueda y le dieron un uniforme almidonado que solo dejaba ver sus manos y sus tobillos. La nueva clase basaba su estrategia en no mostrar nada, en no enseñar nada de piel.

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