Las tragedias huelen a tierra.
A lamparillas de aceite.
A cuentas manoseadas de rosario.
Huelen a brasero.
Huelen a la anea de las sillas del desván.
Huelen a café y tila.
Huelen a la sala cerrada que nunca se abre salvo en los velatorios.
Hoy esta abierta y sale de ella el olor de la tragedia.
Huele desde la puerta a llanto y a muerte.
Todo se impregna entre el murmullo de letanías, que pena y avemarías.
Huele a la Cándida dando ordenes.
Huele a la colonia añeja de las garrafas de la mercería del bisabuelo.
Huele a ausencia.
A la ausencia de los retratos que hay en el salón.
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