Osa levantarme la mano la escoria de los porquerizos.
Arrebatada como leche que se bufa y pringa la hornilla.
Me sacuden las envestidas de coraje ciego de último.
Odios cinchados que desmoronan honor.
En mi refugio ermitaño no tengo espada, ni lanza.
Solo mil embalsadas palabras en las noches de vigilia e insomnio.
No se rinde a la zorra con una empalizada de rosas.
¿Cómo defender la casa sin puertas del sanguinario y envidioso ladrón?
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