Que sabor tan amargo tienen los disgustos.
Lagrimas no lloradas que empantanan el alma débil.
Letanía para conjurar fuerzas.
Quien tuviera la valentía de vivir siempre de noche.
Lejos de la vergüenza ajena.
Lejos de las trampas del amor.
De las trampas de la sangre.
Fuera de la nave de las duelos.
Alejado de los santos de color rosa chicle.
A obscuras donde no me ve y no me manosea la vejez recelosa.
Lejos de los bosques de lanzas.
Lejos de la notoriedad y las primeras filas.
Fuera de mi para no reconocerme ni en los espejos.
En el desmantelado coro de baldosas de barro que tiemblan.
Allí recé por última vez al Dios iracundo.
En el abigarrado ornato de los estípites y las columnas helicoidales.
Recé para perderme y no volverme a encontrar.
Para diluirme en los tronchados copetes.
En las montañas de cenizas.
Cementerio de los árboles pasto del fuego.
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