A veces pensamos que los padres estrictos tienen duro el corazón, y es todo lo contrario lo tienen muy blandito, lo tienen de algodón, lo tienen enorme, como una casa de pueblo, como una casa de las de antes, con muchas alcobas para que se queden a dormir todos, para que todos los hijos pasen los veranos juntos.
Esos eran los padres de antes, los padres que se nos van marchando al cielo, eran padres serios, casi ariscos, aunque en el fondo bajo esa imagen de dominar la situación, pidieran en la cocina ayuda a mamá.
Papa era así, un recio hombre de los de antes que se derretía por una caricia pero no estaba enseñado a pedirla.
Hombre de mundo pequeño, de mundo pequeño habitado por sus hijos, por su esposa, mundo cálido de fuego y leña, mundo donde lo importante era que sus hijos tuvieran todas las necesidades cubiertas.
Como era de bonito ese mundo pequeño, la mesa donde comíamos todos, lo sencillo y rico que sabia todo en ese jardín donde nos amaban con locura, haciéndose los serios.
Papá era un muy buen hombre, que daba mucho y pedía muy poco, y se fue así como vivió, sin ruido, pidiéndonos que no le olvidáramos y que por su partida no debíamos estar tristes.
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