Me dolerá el cerril zarpazo como mordisco de fiera y tras el daño, la mortal infección de las infectas babas de tu amasijo de maldades.
La clarificadora falta de claridad, La claridad de lo que no se clarifica.
En los besos del ladrón, en las caricias del pedigüeño.
Banalidad de formalismos, de fechas en rojo y el resto del calendario sin nada.
La casa de Dios.
El dios de la casa.
Si cegadora es la oscuridad, cegador es el exceso de luz.
Empalagoso frite de palabras melifluas.
Que vana es la banalidad.
En el pensil frenaré la usura, parapetado del benéfico estratega.
Tu galeote de temperamento eréctil en tempestuosas galernas me socorrerás en mi venial ventisca que no rompe olas.
En el espejo veré como campea en tu pecho una sauvástica y me paralizara el atroz gerval.
Hoy he salido a mendigar.
A imploras justicia.
A pedir al radiante sol que se cebe iluminando las calumnias.
He rogado a la verdad que se desvista de gala.
Que luzca sin temor en la plaza desnuda.
Segura de su triunfo.
He salido a mendigar que se apueste y crea en la única verdad.
En el cerro de las vidas adyacentes, bosque de animas, vericueto de empolvadas caracolas.
Sera el sufragio de poemas portavoz de tus huestes.
Amorosísimo pensamiento de prudente emperador.
Inmersión de favores.
Crestas cortantes de corales de ira.
Cara oculta, letanía de ocultaciones.
Larga enumeración de sombras.
Interrogante falsario envuelto en delicada ternura.
Dignisima estafa de cárcavas inmisericordes.
Bienaventurados los que mueren en silencio, sin dar guerra al mundo.
Tras ser hipnotizado dices la verdad.
Todo se ha demorado tanto, que no ofrendaré tu rendición a los vasos canópicos del bello ser que ultrajaste.
Por encima del bien y del mal gravita mi amor.
El paralizante dolor me varó muchos años, pero ya libre practico la limosna de amor.
Altísimo señor protegeme de las merodeadoras.
En el amorosísimo pensamiento esta mi salvaguardia.
De la devastadora y cruel carnicería que acontece bajo mis pies mantenme lejos, que ni sus yemas puedan rozarme.
Languidez de gozos robados
Láquesis que en las hilaturas de lana insertas sangre y oro, que el precio de su traidor oro sea rojo, rojísimo y terrible.
Caudal de turbios tesoros, mancha sus manos tiznalas de vergüenza.
Ruego que sea emparedada su esforzada majestad en hediondo calabozo.
La topografía del rendido, mil golpes, mil magulladuras, mil escarnios.
Espabilaré el pabilo.
Romperé los sellos de lacre.
Soltaré la cadena que esclaviza a la fiera.
Borraré los cauces.
E imploraré mil torrenciales lluvias.
Y sin cauce, vial y norte esperaré que la escorrentía todo lo arrase.
Que las mil lluvias de lagrimas laven la afrenta de las zorras sin alma.
Al zafio debo mi descalabro.
En la laguna de tocino me ahogo.
En el grito grotesco y verdulero de la zamarra chusma me desordeno.
Extraño norte, prueba durísima en la que mi Dios me mide y doma.
Recalcitrante daño.
Dolor vulgar de asfixiantes mantecas.
Sopa, caldo de desinstruidas letras.
Frite de grasa, quemada panceta.
Ratas gigantes que matan infantes.
Zorras zamponas y corniveletas.
El vicio de lo torcido, lo torcido esta en el vicioso.
Recodo de oscura callejuela de frió y nocivo viento de arrabal.
Solo mi Dios en mi alma escribe torcido.
Arañaré el adobe que cierra tu plaza.
Y el árbol tuerto lo arrancaré.
Ligero designio de pesada carga.
Campana rota de tañer terrible.
Intención de eco.
Crespón galano.
Esclava divisa.
Sin pausa.
Sin prisa.
Misiva domada.
Peso vencido.
Victoria de risa.
Espejo taimado.
Modulada soflama.
Escamado regalo.
Envenenado regazo.
Sin reposo..
Haciendo repaso.
Mil veces contaré y mil veces saldrán mil tres.
En el crepitar de la tea de tu resinoso iris de musgo.
Para mi no hay mas bosque que el que tilila capturado en tus ojos.
Lejos del altar de los milagros, tras persignarme con agua bendita y habiendo espiado mis culpas, descorazonado y desnudo ando por los desfiladeros de vuestra iniquidad.
En el doloroso y asfixiante ascenso al cerro de improperios, juro y perjuro que me vengaré, y en la costosa cima rozando con las yemas el cielo imploraré un fulminante rayo que las extermine por eternidad de eternidades como favor de Dios a la humanidad.
Bestias de las bestias sueño añorando vuestro fin.
Me siento observado, rendido ante mil ojos que me condenan y esperan un traspié para asesinar a mis ángeles.
Yo los custodio, ellos me custodian.
Mis canes, los sitiados, los asediados por las hutias malvadas, diablas de Lucifer, miasmas, magma satánico que desea con sus fuegos y sulfúreos vahos arrasar mi casa.
Muere mi candidez en el tormento de mis pensamientos, en los que el devaneo encontrará mi defensa, la puerta de mi salvación.
Ya solo camino para en soledad coronar con éxito el cerro de los improperios.
Mi mano mece la cuna de una pequeña fiera.
Mi mano alimenta el vil montruo de lento engorde.
Mi mano acaricia la hora, lejana de soltar al crecido engendro en tu limpia casa.
Todo llega, todo ocurre, tu duelo eterno.
Desinstruido es tu linaje y tu ralea.
Espero el fin y crio lustroso al ciclope que a tu casta zafia pondra fin.
Dios todo lo perdona y el hombre perdona tan poco.
El mal no sabe leer designios, menos aun comprende y abarca la complejidad del aparente capricho.
El mal merodea abonando afrentas y rencores y regando con sal el jardín de las proferidas llagas.
Es la bestia que habita en nuestro corazón la que ajena a los designios divinos monta en cólera, no asumiendo que Dios decide a veces llamar a su lado a quien con extrema locura queremos.
Corriente de caudal traicionero.
Agua fría, recia y salada.
Me escuecen las yagas que me infringieron las impías, las zamponas, la zahorra que hiere en el caminar mis plantas.
Estoy solo, me siento solo, y solo enfrentaré el retorcido cadalso.
Giráis la cabeza y me ofrendáis un saludo que ni deseo ni os pido.
No os conozco, no os reconozco, no os veo.
Murieron ya hace tiempo las personas que una vez próximas a mi
sentí.